lunes, 29 de octubre de 2007

EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS (CAPÌTULO 3)


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
ES UNA OBRA DEBIDAMENTE REGISTRADA
COPYRIGHT BY JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ


(ANTES DE LEÈR ESTE CAPÌTULO 3; LEE PRIMERO LOS CAPÌTULOS ANTERIORES; LOS ENCONTRARÀS MÀS ABAJO; Y EN EL LINK DE ENTRADAS ANTIGUAS)



EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS

NOVELA ORIGINAL: JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ


CAPÌTULO 3


"Señor ten piedad"...Y Dios se ha apiadàdo tanto, que està convertido, como debe ser, en el abanderado màs iluminado del amor clandestìno; ya que las primeras semanas de Luz de Obando y el canònigo Andrès Rosillo conviviendo en pareja, han logrado construir, como dos inocentes enamorados tallando la màs fina y fràgil joya, el amor de los dos; y la relaciòn va viento en pòpa; es tan secreta y tan llena de autenticidad, que cada vez hay menos secretos entre ambos. Es un romance tan escondìdo que aùn asì, ella y èl se las ingenian mutuamente para que sus encuentros eròticos sean antecedidos de las expresiònes de amor, cariño, y afecto màs transparentes, y picaramente libidìnosos. Hasta ahora no se despiertan sospechas, porque tanto Luz y Andrès van practicamente todos los dìas a visitar a Martina que a diario hace esfuerzos infrahumanos para disimularle a Luz su enfermedad, en una testarudez casi que infantil; pero asì lo ha querido Martina; aunque Andrès ya en màs de una ocasiòn haya sentido la tentaciòn de confesarle a Luz, el verdadero estado de salud tan deteriorado de su progenitora.

Con el pàso de los meses, la preciosa Luz simula muy bien las labores domesticas manteniendo perfectamente pùlcras la casa cural, y siempre decora la iglesia con suculentos ramos de flòres; incluso ella misma se ha encargado de cuadrar toda la agenda del padre Rosillo, en lo que tiene que ver con la realizaciòn de bautizos, primeras comuniones, matrimonios, entierros, y demas ceremònias religiosas...Circunstancias que no a todos en el pueblo les gusta; pues siempre habian sido auxiliares parroquiales los encargados de esta labor, y jamàs le habìa tocado a una mujer realizar todas estas cosas.
"Por todos los santos...Una mujer como mano derecha del pàrroco; que verguenza para la iglesia de Simacota!"...Piensan los màs ortodoxos.
Y aunque el entendimiento mùtuo entre la pareja es excelente, aùn asì Andrès se ha negado rotundamente cuando Luz le ha propuesto que la deje a ella ser la monaguilla de la iglesia.
-Serìa muy evidente Luz, y tèn siempre presente que ni tù ni yo podremos despertar jamàs, ni la màs elemental sospecha. Ante los ojos de la sociedad, tù seguiràs siendo unicamente mi sobrina colaboradora, y nada màs.
Luz a regañadientes, asienta su cabeza, aceptando; porque al fin y al cabo Andrès tiene razòn; ya que este romance prohibìdo debe ser tan cautelosamente secreto, que cualquier decisiòn que ambos tòmen, puede incurrir en suspicàcias de los feligreses; porque a pesar de todo, La Nueva Granada, siempre ha sido un virreinato bastante ultragodo, conservador, y donde sus gentes viven màs del que diràn, que del aire.
El clèrigo prefiere que sigan siendo los niños turnados de la poblaciòn, los que continuen realizando la labor de monaguillos.

El viernes en la mañana Andrès acostumbra a confesar; se encierra mèdio dìa en el confesionario, dispuesto a absolver todos los pecados de la inocente poblaciòn de Simacota, que juzga como pecado, hasta el mal pensamiento de una hormiga culona.
Luz hace la fìla, como cualquier otra parroquiana, para confesarse...Al llegar su turno ingresa al confesionario, pero el padre Rosillo no se da cuenta de que es ella, por la rejilla oscura que los separa.
-Escucho tus pecados- dice en voz baja el clèrigo, con la misma frase con que èl acostumbra a iniciar toda confesiòn.
Y en ese mismo tono ìntimo, Luz habla muy pacito, como dulce susurro; Andrès reconoce la voz de su amada.
-No padre; yo no he venido a confesarme porque no tengo nada de que arrepentirme...Todo lo contrario mi amado; todas estas noches en el refugio de tus brazos, han sido maravillosas. Si todo esto es un sueño, entonces no me despiertes nunca; y si es una bella realidad, no me abandones jamàs; porque sin tu amor, prefiero dejar de existir.
-No te angusties mi salvaje concubina...Dios es el primer aliado del amor.
Sin embargo, no todo està bien...Ya que por màs precauciones que se tòmen, es supremamente dificil no despertar aunque sea, ciertas murmuraciones entre la gente.
Al salir del confesionario, mientras camina la distancia que hay hasta el portòn principal de la mediana iglesia; dos comadres amargadas que tambien hacen fìla para ser confesadas, comentan entre si, y en voz baja.
-Mirala, allà va la mujerzuela esa. Dizque la damita Luz de Obando, que no es màs que Lucifer disfrazado de muñequita; y que convirtiò a los hijos puros y sanos de este pueblo, en siervos del pecado- exclama una de ellas, mientras que la otra responde en la misma tònica.
-Al pobre padre Rosillo ya se le debieron acabar las penitencias para esa cualquiera; que se crèe mucha cosa, porque naciò tan sòlo un tricitìco bonita.
-Yo no sè què le ven...La mayorìa de caballeros y no caballeros, la tratan como si fuera la mujer màs espectacular del mundo; y a mì no me parece nada del otro mundo...Si acaso una puta fina, pero no màs.
-Càlla esa boca mujer; estamos dentro de la iglesia, pròximas a ser confesadas por el tìo de esa puta fina, que si nos llega a escuchar, hablando asì de su desdichada sobrina; tù y yo en vez de confesiòn, tendremos excomuniòn...Recuerda que las paredes de las iglesias tienen los oidos de Dios; y cuando hàbles de ella, recuerda siempre que, aunque la desprecièmos con todo el alma, aùn asì es la sobrina del cura.
-Hum!, pero observala no màs...Hasta en este sagrado recinto que es la casa de Dios, ella se pasèa con ese caminadito insinuante, y mirala còmo se contonèa, como si quisiera comer hombre, y ni para que le analizamos esa ropa, que podrà ser elegante, pero es atrevida e indigna de la auxiliar de todo un pàrroco.
-Basta observarla bien, para darse cuenta de que su belleza es diabòlica.
-Tienes toda la razòn, ella incita al pecado de la carne, a tal punto que yo he escuchado ruborizada, còmo algunos hombres desean que esa desvergonzada, que ni siquiera los va a determinar nunca; esos desdichados, aspiran como màxima limosna de amor, a que Luz de Obando se les siente en la cara.
-Por eso tù y yo preferimos seguir siendo las mismas fèas de siempre; por lo menos tenemos el cielo ganado...Somos feas pero decentes.
-Fea tù; porque yo solamente soy gorda, y aùn asì me considero bella y dama de verdad.

Hoy por hoy, la iglesia de Simacota es una de las màs bellas y pudientes de todo el Reino de la Nueva Granada; y todo ello gracias a las obstentosas limosnas de Francisco Rangel, que continuian llegando cumplidamente y sin queja alguna a las àrcas de la parròquia.
-Todas las limosas y diezmos son humildes cuando se trata de Dios y sus representantes aquì en la Tierra!- exclama orgulloso don Francisco, cada vez que realiza su donaciòn mensual a la iglesia. Pero esta vez la donaciòn llega acompañada de una botella del màs fìno vino frànces, traìda exclusivamente al padre Rosillo, por Francisco Rangel que acaba de regresar de Europa donde estuvo visitando a unos familiares; y como siempre, aprovechò para traerles presentes, a todas sus distinguidas amistades. Y a la "devota" Luz de Obando, le ha traìdo una lujosa biblia empastada con estractos de oro, de esas que estàn de moda en los altos circulos sociales de señoritas recatadas y respetables del continente europeo.
Luz y Andrès invitan a cenar a Francisco en la casa cural para agradecerle los regalos que les trajo del viejo continente. En la mesa mientras departen y rìen con las anecdotas que Francisco les comenta, tambien se pàlpa que èl no es la excepciòn; Francisco Rangel tambien siente cierta atracciòn hacia Luz; aunque es reservado a ese respecto. Practicamente nadie en Simacota le ha conocido jamàs enamorada o pretendiente alguna a Francisco Rangel que ya tiene cuarenta años de edad. Èl siempre ha manejado su vida privada y su solterìa, con una gran timidèz, reserva, y distancia.
En esta noche los tres la pasan delicioso; y aunque no se àbre la botella de vino que Andrès recibiò de obsequio, es una tertùlia muy amañadora. Andrès con su guitarra hace duo con Francisco, y los dos cantan jotas españolas llenas de còplas picarescas, pero ambos son desafinados a la hora de entonar; lo que produce las risas de Luz.
Al finalizar la velada, Francisco se despide y se marcha en un marco de noche bohemia tranquilo pero lleno de jocosidades, ya que el canònigo Rosillo, cuando se lo propone, es un ser que se expresa y goza, de un gran sentido del humor.

Esa misma noche, ya a sòlas los dos, Luz y Andrès entran en la alcoba principal; ya que la casa cural solamente tiene dos habitaciones; la principal que es donde ambos duermen. Y una segunda alcoba que es tan solo de apariencia, porque supuestamente es la alcoba de Luz. Pero en realidad ambos duermen siempre juntos como la pareja de enamorados que son.
En la madrugada silenciosa, despues de que la feliz pareja la ha pasado en vìlo conversando y bromeando toda la noche en un ameno desvelo, dìgno de los noctambulos màs romanticos; Luz y Andrès completamente desnudos, dàndose abrigo con sus cuerpos abrazados; recostados tienen ansias de todo, menos de dormir. Sonriente Luz destapa la botella de vino y bebe un poco tras chupar el pico de la botella con gran sensualidad que Andrès aprècia mientras ella comienza a remedar y ridiculizar con mucha gracia, los ademanes de las señoras de alta sociedad a la hora de beber; el clèrigo expresa una risa complice, a la vez que Luz continua tomando vino juguetonamente.
-Andrès cantame algo en francès.
El canònigo vuelve a templar su guitarra, para que esta la acompañe en su canto destemplado. Aùn asi Luz parece extasiarse al escucharlo; se acerca asediandolo coquetamente y comienza a rociarlo cariñosamente por todo su cuerpo y ròstro, con lluvia de vino que Andrès resignado acepta mientras continua cantando romanticamente desafinado. Luz le quita la guitarra porque como mujer impetuosa, ha decidido ser ella ahora el dulce instrumento que su clèrigo tocarà de punta a punta, en el màs excitante contrapunteo, y la màs increible tocata. Andrès brinda azucarada sonata de besos en el vientre de su amada, y luego hundiendo su cara entre las piernas de Luz, en el màs sagrado ritual libidinosamente amoroso, el sacerdote realiza la minè a su verdadera y unica dueña, bebiendo el nèctar de su hermosa vagina tan sensual como la màs divina rosa, reviviendo el mìto de la creaciòn cual gènesis de catarsis del Adàn màs fàlico con su Eva màs excitada; no para ser expulsados del paraiso, sino para ingerir juntos el elixir de Dios; hacen el amor con sabor a vino frànces; Luz de Obando es el màs celestial bocado de cardenal para tan entregado pastor. Ella solemne y dominante se èrgue arrogante como la màs altiva serpiente Cobra Reina, dispuesta a fluir el jazmìn de su veneno en el climax exacto de màxima veneraciòn a su escultural existencia, a la vez que su piel blanca, pòro a pòro es explorada por Andrès mientras que de ella emanan los màs exquisitos aromas naturales de diosa coronada, cuando su clèrigo se fusiona increiblemente con la tersura de su emperatriz; esa mujer tan especial que todo mundo desea pero que por la eròtica voluntad divina del todopoderoso, es exclusivamente para Andrès Rosillo, porque ella es la màs bendecida flàma iluminada que ha sido enviada por àngeles a que sea cuidada e idolatrada por el màs humano de los prelados, que ahora làme con su lengua el busto perfecto de Luz que sabe a venus de arcàngeles, porque ella no es mujer del montòn; sino alteza de la atracciòn màgica de universos, capàz de hipnotizar al màs virginal de los pontìfices. Ella es Luz de Obando, que no pasa desapercibida ante nada ni nadie; con su silueta de divina felina, gran dama salvaje y tierna; dominante y fràgil; impetuosa e ingènua; àngel y demònio; brìo de hermosura poetica y huracàn de mil infinitas fornicaciones. El amor entre Luz y Andrès es eterno como los multiuniversos; sagrado como la belleza màs bienaventurada; ardiente y explosivo como la vida misma. Luz con su garbo sui generis del que solamente ella sabe hacer gala, àma de su esclavo clèrigo, haciendolo sagradamente feliz en el extasis que unicamente ella puede producir con su carisma capàz de magnetizar al màs càsto de los beàtos. Ella y sòlo ella le enseña a Andrès Rosillo, la sutìl diferencia entre querer y amar, lujuria y entrega, gustar y adorarse; y el ilustre canònigo aprende cada lecciòn como solamente se aprenden las lecciones dictadas por la mujer amada: Con mucho amor y algo de dolor.

"Sociedad de damas ilustres por la moral y las buenas costumbres de Simacota"...Asì se han identificado las emperifolladas señoras que han llegado al despacho del señor corregidor, Pantagruel Madrazo, a exponerle todas las quejas que tienen, segùn ellas, sobre los comportamientos reprobables e irreverentes de doña Luz de Obando. Esta es una "sociedad de la moral", de esas que nacen de la noche a la mañana, y que en el caso especìfico de Simacota, jamàs se hubiera creado sino fuera por el desprecio y las envidias que muchas de estas seudodamas ilustres le tienen a Luz de Obando. Y que como siempre ocurre en esta clase de organizaciones represivas; estas sociedades encargadas de la moral y las buenas costumbres de algùn pueblo, son fundadas y conformadas por las señoras, señoritas, y solteronas màs fèas, horripilantes, detestables, amargadas, espantòsas, y sobretodo sexualmente reprimidas, ya que nunca inspiran ni el màs mìnimo mal pensamiento, por su descarada fealdad, su cìnico resentimiento hacia toda mujer bonita, y su patètica envidia para con las mujeres de verdad-verdad, que siempre procuran estar a la altura de los placeres divinos màs humanos, como lo son todas las relaciones de pareja basadas en la màs honesta libertad de vivir y dejar vivir. Las integrantes de estas pocilgas camufladas para tapar las oscuridades, que en realidad son estas "sociedades o asociaciones de la moral", estàn integradas por todas esas reprimidas sexuales y abstencionistas sensuales que cuando se encuentran con una divinidad, y ademas vanguardista y adelantada para su època, como Luz de Obando; desahogan en grupo toda esa rabia, y demas sentimientos negativos encabezados y producidos por aquello que la naturaleza les negò a estas viejas, por malevolas, amargadas, y cizañeros condenados adefèsios de las "sociedades moralistas": BELLEZA...Y en este caso, la destructora y abominable envidia por esa diva de sin igual belleza llamada Luz de Obando. Ademas que jamàs puede olvidarse que todas estàs entrometidas, fisgonas, y pateticamente escabrosas solteronas de las "asociaciones de la moral y buenas costumbres", por lo general tienen la mente màs sucia y envenenada, unido al espìritu terriblemente podrido del que se pueda dar fe. Las mujeres de alma oscura que integran estas "sociedades de buenas costumbres y supuestamente rectoras de la moral" no son màs que antros del diablo que pretenden llevar a la humanidad a las profundidades del infierno; mientras que por lo menos las casas de lenocidio son antros de Dios, que se esfuerzan por llevar a simples mortales, al paraiso.
-Señor corregidor don Pantegruel Madrazo, hemos venido unidas las damas decentes este pueblo catòlico y cristiano de Simacota, para protestar ante usted como màxima autoridad representante de sus majestades; ya que nos parece inaudito, inmoral, y completamente condenable la actitud desfachatada, irreverente, descortes, y hasta maligna de la señorita doña Luz de Obando, que pasandose por alto la moral, y las buenas y sanas costumbres de nuestra sociedad; pretende continuar viviendo en la casa cural como si fuera lo màs correcto y normal del mundo; cual vil mujer desvergonzada- dice alguna de ellas.
-¿Y què quieren que yo haga, señoras?...Les recuerdo que doña Luz de Obando es la sobrina del padre Rosillo. Y nunca se ha considerado inmoral en ninguna sociedad, que sobrinos y tìos vivan bajo el mismo tècho- refuta el corregidor.
-Señor corregidor; con el debido respeto le solicitamos que se investìgue a doña Luz y su tìo el padre Rosillo, ya que nosotras tenemos sospechas desde hace algùn tiempo, de que esa bruja disfrazada de belleza està atentando contra la castidad, e inocencia de nuestro ilustre canònigo-dice categoricamente otra de ellas. Mientras la màs feamente siniestra de todas esas damas "ilustres" exclama...-Tal y como se lo estamos contando señor corregidor; nosotras, y que Dios nos perdone si nos equivocamos, tenemos muy sèrios presentimientos, dado el extraño comportamiento de esa sinverguenza pecadora Luz de Obando, y su angelical tìo, el canònigo Rosillo, alma nòble que el espìritu santo salve de las gàrras de su desdichada sobrina; que no tiene ningùn derecho a atribuìrse ciertas confianzitas con su tìo, por màs familiares que sèan; pasandose por la fàja, que antetodo y por encima de todo, primero es el pàrroco de este tranquilo y sano lugar.
-¿A què confianzitas se refieren ustedes, distiguidas damas?- pregunta el corregidor, a sus interlocutoras que se sonrojan mientras se persignan como quienes van a confesar, el màs terrible pecado, incapàz de ser perdonado.
-Señor corregidor; imaginese que la otra noche, los dos iban agarrados de gancho, y tomados del brazo, sin importar que algunas personas correctas los observaramos.
Pero el corregidor no se escandaliza con cualquier bobada.
-Es comprensible; ella es su sobrina y por consiguiente està en su derecho. Si yo tuviera una sobrina como la señorita Luz, tambien la tomarìa del brazo para que ningùn atrevido piense que ella va sòla y desprotegida por las calles- responde el corregidor.
-Y què me dice señor corregidor de aquellos dìas en los que esa tal Luz de Obando se enclaustra en la casa parroquial permaneciendo hasta semanas sin salir de allì para ni siquiera colaborarle al padre Rosillo en la misa- asegura otra de las reprimidas sexuales, "rectoras de la moral".
El corregidor sin embargo cùmple con su deber, y continùa otorgando el beneficio de la duda, a pesar de que en el fondo de su corazòn, Luz de Obando tambien forma parte de sus antipatìas personales, desde que el año antepasado ella rechazò al corregidor como su pretendiente.
-Todos sabemos que doña Luz vive en la casa parroquial porque el padre Rosillo la encargò de los "quehaceres domesticos"- reafirma el corregidor con cierto aburrimiento, pues al fin y al cabo, a èl le cae como un vomitivo, todo ese grupo de viejas chismosas y horrendas que le han invadido su despacho.
-Señor corregidor; usted es la autoridad legal de este pueblo, y por lo tanto debe hacer algo al respecto- dice la peòr maquillada de todas, que es tan fea, que seguramente se vè menos tenebrosa, cuando està recien levantada.
El corregidor no antepone sus sentimientos personales, y por
consiguiente decide ceñirse estrictamente a lo juridìco.
-Distinguidas señoras; ustedes han venido hasta mì, unicamente con sospechas infundadas y simples hipotesis; por lo que yo no puedo hacer nada; mucho menos en contra del pàrroco, representante de Dios en este pedacito de tierra llamado Simacota. Es mi deber recordarles rigurosamente a todas ustedes, que yo soy el representante de la autoridad española; pero el padre Rosillo es el representante de la santa madre iglesia. Y yo no me voy a enfrentar al poder de la iglesia, porque un poco de distinguidas damas desocupadas y sin oficio, me lo exigen. Señoras ilustres, yo no me voy a exponer a una excomuniòn, cuando al canònigo Rosillo le provoque pasar la queja de mi abuso de autoridad, al obispado, y despues al arzobispado; y yo enfrentado ìngrimo sòlo a todos ellos; ni lo sueñen ilustres damas de la moral y las buenas costumbres de Simacota. Asì que si ninguna tiene pruebas contundentes de las gravìsimas sospechas que ustedes han expuesto hoy aquì; tengo la manos atadas...Ha sido un placer señoras pero ahora tendràn que disculparme, porque yo sì tengo que trabajar- y chistando los dedos, el corregidor dà la orden a sus guardias, de sacar a todas esas señoras de allì; y practicamente la "sociedad de damas ilustres por la moral y las buenas costumbres de Simacota", son sacadas a empujones del despacho del señor corregidor.
Sin embargo don Pantagruel Madrazo es un hombre audàz; y aunque aparentemente ha subestimado lo que estas mujeres le han dicho; en el fondo de su ser, le retumba con eco, cada queja que le han expuesto; ya que a todo eso se suma algo que solamente le ha llegado al corregidor de Simacota, pero de manera totalmente confidencial: Los informes secretos que esta recibiendo por parte de los servicios de investigaciòn del ejèrcito español en tierras de Indias, en los que se le otorgan reportes mensuales con muy sèrias sospechas de que alguna clase de vinculaciòn existe entre el padre Rosillo, y el movimiento insurgente, clandestino, y feròz de Los Comuneros.

Y por eso, dìas despues el corregidor realiza una aparente, informal, y desprevenida visita sorpresa a la casa cural.
-En esta humilde casa de Dios nos enorgullecèmos siempre complacidos cuando recibimos la ilustre visita del honorable señor corregidor- exclama Andrès con la sonrisa màs hipòcrita, al recibir en la sala de la casa cural, la visita no anunciada de don Pantagruel Madrazo, que aparentemente ha llegado de casualidad, y con el pretexto trillado y simple de, "es que pasaba por aquì".
-¿Què lo tràe a esta humilde morada, señor corregidor?- pregunta Andrès mientras ambos tòman asiento.
-El mùte de los clèrigos, de los pueblitos de esta regiòn, siempre ha tenido la buena fama de ser delicioso; y estoy seguro que el de su reverencia Andrès Rosillo, no es la excepciòn; porque usted ya lleva aquì màs de un año, y jamàs he probado el que usted prepara.
-Tiene usted toda la razòn, señor corregidor; va a probar usted el mùte màs puro del que se haya tenido noticia en Simacota y sus lejanos alrededores- y mientras ambos rien disimulando la tensiòn, Andrès le pide a su sobrina unas buenas porciones de mùte, que Luz les sirve con la timidez que la caracteriza a la hora de mantener las apariencias.
El corregidor y el abate duran horas conversando sobre lo divino y lo humano...Pantagruel entrelìneas trata de escudriñar a ver por donde puede lograr sacarle a Andrès alguna palabra o frase que le confirme alguna de sus sospechas sobre las actividades subversivas del canònigo; o en ùltimo caso tratar de encontrar algo que pruebe la cantidad de habladurìas y comentarios mal intencionados que a viva voz se secretèa en todo el poblado, sobre la relaciòn entre Luz y Andrès; segùn algunas y algunos; màs allà de lo normal.
Durante toda la visita, Andrès y el corregidor se tratan con una cansona, tensionante, y solapada amabilidad; ya que en el fondo ambos no se caen bien; y por ser el uno representante de la iglesia, y el otro representante de la autoridad española; les toca convivir dentro del mismo pueblo, como enemigos ìntimos, y tratandose despacito y pacito.
Al terminar la visita Andrès despide a Pantagruel, obsequiandole en una vasija, màs mùte, para que no le falte al corregidor que al marcharse de la casa cural, deja en el ambiente de la residencia parroquial, el sin sabor, de que el corregidor ya sospecha algo; y Andrès ya lo sabe; aunque en realidad no sabe si las sospechas de Pantagruel Madrazo son respecto a su vida clandestina de pertenecer a los Comuneros, o de su relaciòn prohibida con Luz de Obando; o si tal vez sospecha de ambas cosas.

Entrada la noche, e iluminados por los candelabros; el clèrigo y su amada sobrina sacan conjeturas acertadas, y otras equivocadas, de tan desacertada y sorpresiva visita.
-Ese maldito chapetòn hijo de todas las putas, se tràe algo entre manos- dice Andrès enojado mientras que Luz trata de relajarlo colocandose detràs de èl masajeandole los hombros.
En su solitaria y cochina casa, el corregidor de Simacota, tambien trata de atar càbos.
"Que me cuelguen del palo màs alto si ese cura mal parido no tiene algo que ver con los malditos Comuneros...Y me dejo cortar el cuello, si no tiene alguna clase de amorìos con la puta de su sobrina...¿Pero còmo hacer para comprobar todas esas sospechas?"; pensaba casi que en voz alta el amargado y resentido corregidor que se desvela imaginandose en atrapar algùn dìa al engañoso cura Rosillo, que no le inspira ninguna confianza. Y està muy bien correspondido, porque èl tampoco le inspira confianza alguna al clèrigo.
Luz y Andrès pasan la noche en vela planeando ser màs cautelosos y precavidos. El clèrigo està seguro de que el astuto corregidor ya es portador de alguna clàse de informaciòn; y eso lògra producir en el canònigo y adulterino, cierta paranòia que lo obliga a ser muchìsimo màs discreto.

En la mañana soleada Andrès realiza su acostumbrada caminata por la plaza principal de Simacota, cuando de repente uno de los niños que ese dìa està de turno como monaguillo en la iglesia; lo asedia con desespero y angustia.
-Padre Rosillo, padre detengase un momento.
-¿Què te sucede muchacho?...¿Por què gritas asì?..
-Se trata de su hermana, doña Martina; el doctor Hernandez se la ha tenido que llevar de urgencias a su sala de pacientes; parece que ella se estaba ahogando, y ahora le estàn aplicando una sèrie de toallas y paños- termina de decir el niño agitado, a la vez que Andrès emprende carrera hacia la casa del doctor Hernandez donde en la sala de pacientes, se encuentra Martina delicada.
Al llegar a dicha residencia, Andrès saluda agradeciendo angustiado las atenciones del doctor Hernandez, para con la demacrada Martina.
-Padre Rosillo, yo como mèdico hago mi parte; pero su hermana es un poco remilgosa cuando yo la atiendo; me tocò traerla hasta aquì practicamente obligada porque a ella lo unico que le preocupa es que doña Luz de Obando, no se entere del delicado estado de salud de ella- dice en tono molesto el doctor Hernandez mientras ambos rodean la camilla improvisada donde reposa Martina con sus ojos entreabiertos, y con una cantidad de toallas que le bajen la fiebre con ahogo que la agòbia.
-Martina, por què no dejas de preocuparte por tu hija, y te preocupas por tì?- pregunta Andrès impotente ante lo delgada que vè cada vez màs a su hermana que no le responde.
Y retirandose a un rincòn donde Martina no pueda escucharlos; Andrès y el doctor Hernandez conversan con toda la franqueza y la frialdad con que se realizan los diagnosticos mèdicos gràves; ya que por primera vez el doctor Hernandez le expone a Andrès el desahuceado estado pulmonar de su hermana.
...-He conversado tambien con el doctor Morales en El Socorro, y ambos hemos llegado a la conclusiòn de que doña Martina, se està muriendo lentamente. Es como si sus pulmones se estuvieran carcomiendo el rèsto de su cuerpo- dice el doctor Hernandez mientras Andrès trata de disimular sus ojos aguados por el muy desolador dictamen que le dicen entre lìneas que es mejor que se vaya preparando para la triste partida final de su hermana. Luego con la voz muy dèbil, Martina lo llama...Andrès se acerca nuevamente a su camilla y le toma la mano.
-¿Què te dice el doctor Hernandez?- pregunta ella.
-Lo que yo ya sè; que tù eres una testaruda que se preocupa tanto por su hija, a tal punto que se te olvida preocuparte por tì misma- responde Andrès.
-Todavìa no me voy a morir; pero cuando suceda; acuerdate de nuestro pàcto secreto: Te encargaràs de mi hija Lucecita; por favor Andrès.
-No te preocupes que tù sabes que yo a ella no la voy a abandonar; asì como a tì tampoco te voy a abandonar.
Martina se queda mirando profundamente a Andrès que le sigue tomando sus manos de manera muy conmovida. Ella puede estar enferma, pero tambien està lùcida, y ha escuchado la habladurìas.
-Si estos pulmones no me traicionaran tanto, y tuviera todas mis fuerzas; yo solita me enfrentarìa, a todas esas lenguas viperinas, que hablan pèstes de mi hija, y de tì...Si hasta se han atrevido a rumorar, que tu sobrina podrìa ser dizque tu novia...Partida de brujas con lengua de cangrejo...Deberìas excomulgarlas a todas ellas- dice Martina con disgusto. Andrès trata de calmarla.
-A la que voy a excomulgar, es a otra; si no le hace caso al mèdico- dice Andrès mientras que en actitud protectora le da un beso en la frente a su hermana. Despues el doctor Hernandez interrumpe.
-Padre Rosillo; hoy su hermana se quedarà aquì en mi casa, porque quiero tenerla bajo observaciòn, y aplicarle unos remedios con los que aspiro a que ella se mejore; y mañana en la tarde, doña Martina podrà regresar a su residencia; siempre y cuando me prometa obedecerme en mis indicaciones.
-Hum!; yo siempre le obedezco doctor...Los desobedientes son mis pulmones, dice Martina mirando de reojo y de manera còmplice a su hermano, que le sonrìe animandola.

Al domingo siguiente en el sermòn de la misa el pàrroco aprovecha que es el dìa en que todo el pueblo asiste a misa sagradamente; desde el corregidor hasta el màs humilde de los parroquianos. Luz està en primera fila con su madre Martina, ya un poco màs repuesta.
-La calumnia, la injùria, la mentira, y toda clase de falsos testimònios son pecados gràves que nuestro Señor dificilmente perdona; y màs aùn cuando son pecados reiterativos...Asì que todos aquellos que han proferido falsas palabras, deben confesarse, cumplir penitencia y demostrar un autentico arrepentimiento- dice el padre Rosillo en su misa dominguera, adonde todo el pueblo asiste sagradamente a escucharlo con agrado y atenciòn; ya que con ese autentico don de gentes, y gran oratoria, el canònigo es capàz de cautivar al màs escèptico de los atèos.
En la noche, en la sala cural, Andrès sentado no ha podido disimular lo inquieto que ha estado en estos dìas recientes. Luz con cara de disgusto por el ambiente un poco aburrido que ha tomado la casa cural desde que hace dìas el incomodo corregidor les llegò de sorpresa; enciende los candelabros.
-No podemos negar que ese bendito señor corregidor nos perturbò la tranquilidad desde que nos visitò la otra vez...Y seguramente seguirà visitandonos de manera sorpresiva, hasta que caigamos como unos estùpidos, dàda la presiòn disimulada que comenzò a ejercer sobre nosotros- dice Luz mientras termina de acomodar los candelabros en las esquinas de la sala. Sin embargo Andrès, màs que tratar de tranquilizarla, està dispuesto en la noche de hoy, a confesarle a Luz, algo que ella, quièn sabe còmo lo vaya a tomar; pero que es indispensable que lo sepa, por la seguridad de ambos. Andrès asume una actitud categòrica y confidencial a la vez, hablando en voz baja pero seguro de sì mismo.
-Ademàs de nuestra secreta relaciòn; tengo sospechas del otro motivo por el cual el corregidor Don Pantagruel, nos estarìa respirando en la nùca- dice el clèrigo, mientras que Luz sin que se le pase el disgusto, observa la oscuridad de la calle desierta, por entre las cortinas ya cerradas de una de las ventanas.
-¿Y què otro motivo podrìa tener?- pregunta ella, totalmente ignorante de la gran verdad que està por escuchar de su hombre. Andrès resignado y decicido ya, a que Luz lo sepa, se inclina un poco mientras està sentado, le agarra una mano a Luz, y la sienta en sus piernas.
-Amada mìa; sì hay un motivo muy importante, y tal vez hasta màs peligroso que nuestra prohibida relaciòn- dice Andrès tratando de encontrar las palabras exactas para confesarle a Luz, su màs confidencial secreto sociopolìtico.
-Querida Luz; quiero que sepas y guardes un importante secreto mìo; siendo tù la primera y unica persona a la que se lo harè saber...Practicamente desde su fundaciòn, yo soy ideologo y miembro activo del movimiento insurgente en contra del yùgo español, llamado, Los Comuneros.
Luz de Obando ha quedado estupefacta con su ròstro inexpresivo, asustada, y sin saber còmo màs reaccionar inmediatamente. Despues de unos segundos de silencio; ella solamente atina a decir.
-Es dificil asimilarlo de buenas a primeras. El hombre que yo amo; el unico hombre del que yo he estado verdaderamente enamorada; es uno de Los Comuneros.
Andrès asienta un par de veces su cabeza, respondiendo afirmativamente.
-Desde hace dìas querìa decirtelo; porque la decisiòn de las autoridades españolas es marcial: Comunero que atrapen; por bien que le vaya, unicamente lo matan; pero por mal que le vaya, es sometido a las màs atròces torturas; y de una vez te lo digo; si a mì me atrapan, o me matan, quiero que sepas que no me arrepiento de absolutamente nada.
Luz con una de sus manos acarìcia el mentòn de Andrès que tiene sus ojos aguados, pero al mismo tiempo siente con esta confesiòn, el haberse quitado un gran peso de encima; el del remordimiento de consciencia de algo que no querìa ocultarle màs a su adorada; y que por fin pùdo ver la ocasiòn propìcia para confesarle a su compañera del alma, sus andanzas clandestinas en favor de una Nueva Granada lìbre, soberana, e independiente.
-Entonces cuando tù me dices que vas a las veredas a impartir òleos y sacramentos; en realidad, a lo que vas es a reuniones secretas con Comuneros?- pregunta Luz refugiando la cabeza de Andrès en su pecho.
-Y en realidad sì se aplican òleos y sacramentos; pero despues es cuando nos reunimos con ellos para planear los golpes contra los invasores españoles, y su podrida corona.
-No vuelvas a hablarme de atrapadas o muerte, porque a tì jamàs te sucederà nada de eso- dice Luz en cierto tono cariñoso -yo te cuidarè y te defenderè de todo aquèl que se atreva a tocar a mi canònigo rebelde.
-El caso es que yo solamente soy eso: Un cura de pueblo, un Comunero, y un enamorado clandestino de la unica mujer que en realidad he amado en mi vida- exclama en voz baja Andrès, mientras los ojos marrones hechizados de Luz de Obando, tambien son los ojos de una mujer enamorada, y a partir de hoy, silenciosamente angustiada; porque ella està tomando consciencia de que cada vez que su amado salga a la calle, o a sìtios aislados; sòlo Dios sabe si regresarà a casa. Luz de Obando està comprendiendo que lo prohibìdo del romance con su tìo, no es el verdadero precio que ella tendrìa que pagar por su relaciòn con Andrès; sino que es algo mucho màs peligroso que las consecuencias de una relaciòn censurable; es el peligro de captura o muerte de Andrès Rosillo por sus andanzas comuneras de sublevaciòn y rebeliòn en contra del imperio español al que pertenece toda la Amèrica hispana, incluìdo el Reino de la Nueva Granada. Luz de Obando abraza con todas sus fuerzas a Andrès; pero es ese abrazo lleno de pànico por perder a su amado; es el abrazo lleno de miedo por perder a su principe azul convertido en realidad, aunque èl no vista precisamente como principe azul, pero sì como principe de la iglesia catòlica, apostòlica y romana, aunque no sea cardenal, y aùn asì continùe siendo el sencillo y màs autèntico de los sacerdotes neogradinos y de gran parte de Amèrica.
Es tal esa nobleza y sinceridad mùtua entre Luz de Obando y Andrès Rosillo, que de manera improvisada pero rigurosa Luz le hace la màs desconcertante de las propuestas.
-Andrès, yo quiero ser una comunera; asumirè todos los riesgos que ello implica.
-No; no; y eternamente no!- sentencia Andrès tajantemente y ahora alterado.
-Si nos vamos a morir, muramonos juntos- dice Luz segura de si misma.
-No mi amor; te amo tanto, que soy incapaz de que te mueras a mi lado- dice Andrès mientras trata de limpiarse con un pañuelo, el sudor que le produce la tensiòn del momento.
-Tu madre jamàs deberà saber nada de lo que te acabo de contar.
-Ten la plena seguridad, que absolutamente nadie sabrà jamàs, lo que me acabas de confesar- dice Luz en un tono de apoyo incondicional a su sacerdote sublevado, que le aclara y le reafirma con voz estricta a Luz de Obando, que ella jamàs de los jamases, nunca serà una comunera; y es tal lo categòrico que Andrès ha sido con respecto a ese tema; que Luz decide no volver a hacerle semejante locura de propuesta.


Dias despues Martina que està seriamente enferma de los pulmones, pero no de los oìdos; no puede ser ajena a las habladurìas y chismes de todo Simacota, con respecto a la relaciòn de su hija Luz con su tìo el pàrroco.
-No me gusta para nada que se estè en todo momento, hablando mal de mi hija y de mi hermano- le dice con indignaciòn Martina a su hija Luz que la visita con el pretexto de atenderle esas "jaquecas y gripas" con las que Martina trata de disfrazarle a Luz, su muy delicado estado de salud.
-Tranquila mamà; todas esas son sandeces de lènguas sin oficio...No me digas que tù les vas a creèr?.
Martina respirando con cierta dificultad, no responde, pero sì le trata de explicar a su hija.
-Antes de que tu tìo Andrès se convirtiera en sacerdote, èl fue repudiado por ciertas familias de El Socorro, e incluso de aquì de Simacota- aclara Martina casi que a regañadientes, ya que se trata de un pasado que a ella no le halaga para nada sacar a relucir.
-¿Repudiado?...¿Y repudiado por què?- pregunta Luz con curiosidad.
Martina incomoda, no le queda màs remedio que responder con la verdad; pues al fin y al cabo, es ella la que tiene la segunda intenciòn de que Luz se entere quièn era su tìo antes de ser cura.
-Andrès era un jovencito precòz, porque fue un niño precòz. A èl le gustaban en exceso las mujeres. Yo siempre he dicho que si no fuera por su vocaciòn de cura, quièn sabe en que lìos de faldas andarìa Andrès en estos momentos, y sòlo Dios sabe a que estarìa dedicado si no hubiera sido sacerdote...Bendito sea el voto de castidad- dice Martina levantando sus brazos en pòse de invocaciòn.
-¿Y eran mujeres muy bonitas?- pregunta Luz con cierta burla fina.
-Debo reconocer que tu tìo siempre tuvo gustos refinados...Bendito sea el voto de castidad- repite Martina tratando de levantar otra vez sus brazos en señal de invocaciòn.


Ya en la noche, despues de la cena, Luz y Andrès reposan en el comedor de la casa cural; ambos conversan sobre los pormenores de la charla que Luz y su madre tuvieron. La bella Luz realiza juguetona e insistentemente mordaces preguntas que Andrès trata de evadir con cierta indiferencia postiza.
-De manera que el rèo Andrès Rosillo, se declara culpable de sus andanzas de malcriado- dice Luz poniendose de pie, con voz inquisidora, y colocandose sus manos en la cintura en actitud de institutriz impecable, mientras que Andrès decide seguirle el juego.
-Me declaro totalmente culpable, señorìa.
Luz se acerca y con sus manos le agarra suavemente el cuello a Andrès, en actitud de quererlo ahorcar.
-Entonces yo Luz de Obando, como rectora de este tribunal de la santa inquisiciòn, le doy a escoger entre las siguientes dos sentencias: O morir ahorcado por mis propias manos; o ser condenado a amarme a mì, nada màs que a mì, y exclusivamente a mì, por los siglos de los siglos, amèn...Asì que digame padre Rosillo; cuàl de las dos sentencias ha escogido usted?.
-En vista de las unicas dos sentencias que su señoria quiere que yo escoga, yo me sacrifìco por la patria, y escogo la segunda; amar incondicionalmente a mi unica iluminada, luz de mujer- termina de decir Andrès mientras que la voz de Luz se une a la de èl para que ambos terminen diciendo al unisono.
-Por los siglos de los siglos, amèn!.
Y Luz de Obando cambiando su actitud juguetona de querer ahorcar a Andrès, le quita sus manos del cuello, a la vez que ella comienza a besar ese mismo cuello que minutos antes queria supuestamente ahorcar...Y correspondiendole, Andrès pasa su brazo tambien por el cuello de Luz que tiene aroma de primavera; y como el màs sagrado manjar enviado por los dioses, Andrès comienza a amar a su divina inquisidora, encima de la mesa del comedor...Oh! Luz de Obando, prematura maestra de artes amatòrias, nacida para ser càntico inmarcesible de salmos en el momento de entregarse a su confesor canònigo y adulterino; privilegiado por tener a su emperatriz como el regalo màs bondadoso del creador de los multiuniversos.

Pero las habladurìas y chismes crecen en Simacota y sus alrededores, como una gigantesca bola de nieve rodando por todas partes e imposible de frenar. Y es por eso que Andrès Rosillo tiene que ausentarse tres dìas de su parroquia; porque ha sido llamado a audiencia urgente, por el señor obispo de la regiòn, para que el pàrroco de Simacota aclàre ciertas cosas que se dicen de èl, y que son comentarios impuros que no se deben decir jamàs de un sacerdote "entregado a su castidad", a su parroquia, y a su bendito albedrìo, en un pueblo lejano llamado Simacota, pero con un dispensario de chismes capàz de retumbar con gran eco, y que podrìa llegar incluso a tierras tan lejanas y tan interoceanicas como la santa sede; y Andrès sabe que cuando un cura es citado por su obispo, no hay derecho a declinar tan obligatoria invitaciòn.
-Padre Rosillo, la iglesia es una prostituta santa, y como tal es indiscutible su infalibilidad. Le recuerdo que solamente hay dos infalibilidades verdaderas en la iglesia catòlica: La infalibilidad del Papa; y la infalibilidad de la castidad de la iglesia como tal. Usted es un buen pastor; y un buen pastor jamàs deja ni siquiera entre ver, sus tentaciones- dice el señor obispo con seriedad petulante al padre Rosillo que lo escucha con la cara agachada, y con la màs hipòcrita sumisiòn.
-Su reverendìsima obispal; usted sabe que algunos feligreses, tienen la malicia de juzgar en nombre del diablo con cizaña y arbitrariedad, a sus pàrrocos.
-Lo entiendo padre Rosillo, y lo comprendo; ademàs tambien debo recordarle, que antes de que yo fuera obispo, tambien fui un simple pàrroco y cura de pueblo como usted. Y por eso mismo siempre recomiendo a mis sacerdotes, que hay que tener màs cuidado en los pueblos, que en las ciudades. El maligno se amaña màs en los infiernos grandes que son los pueblos chiquitos.
-Tendrè siempre muy en cuenta sus sàbias palabras, su reverendìsima.
-Ahora respondame una cosa padre Rosillo...¿Es indispensable que su respetable sobrina viva con usted en la casa cural?- pregunta secamente el obispo, ante la mirada sorpresiva de Andrès que comprende mejor, que el señor obispo, parece estar bastante enterado de lo que pasa en la parroquia de Simacota.
-No!; no es estrictamente indispensable que mi sobrina viva en la casa cural. Lo que pasa su reverendìsima, es que tampoco le veo nada de malo. Es mi devota sobrina, que voluntariamente desde que yo lleguè como pàrroco a Simacota, se ofreciò unicamente por su vocaciòn hacia el Señor, a realizar los quehaceres domesticos y demas tareas de asistencia de la iglesia, lo que me ahorra el no tener que gastar la mayor parte de las escasas limosnas, en contratar un auxiliar parroquial...Ademàs ella es la hija de mi hermana, que me ha pedido que yo la cuide y vèle por ella, ya que mi honorable hermana se encuentra muy enferma, y no puede cuidar de mi sobrina como se debe.
-Padre Rosillo; el objetivo de esta reuniòn es tambien buscar a esa bochornosa situaciòn, que en cualquier momento se nos podrìa convertir a usted y a mì, en un escàndalo bastante serio; una soluciòn pràctica y fàctible, en las que todas esas cosas que almas envenenadas vociferan de usted y su respetable sobrina, no crezcan màs; y màs bien encontrar un cristiano remedio donde todas esas lènguas viperinas endemoniadas, sean vìctimas de su propio invento; y se atòren hasta saciarse, en el momento en que tengan que tragarse sus propias palabras.
Andrès ocultando sus nèrvios, trata de hablar muy poco; y prefiere escuchar lo màs posible al señor obispo que habla con sarcàsmo y sensatèz, porque al fin y al càbo; èl no tiene nada en contra del padre Rosillo, pero tampoco està dispuesto a que sus pàrrocos se descarrilen en el lodazàl de los escàndalos pueblerinos, que son pequeños pero bastante bulliciosos.
-Padre Rosillo; encuentre usted una soluciòn radical a toda esta polvareda de habladurias e incomodidades, y aplique la soluciòn màs eficaz. Siempre que hay algùn problema con mis pàrrocos, soy justo y primero doy la oportunidad de que sea el sacerdote comprometido el que solucione personalmente el problema...Ahora bien, si èl falla o se sigue equivocando; entonces ahì sì entro yo y entonces soluciono la situaciòn a mis anchas...¿He sido lo suficientemente clàro, padre Rosillo?.
Andrès desconcertado solamente atina a responder.
-Ha sido usted, sabiamente clàro, su reverendìsima, y desde hoy mismo me comprometo humildemente ante usted a resolver esa situaciòn, para que su reverendìsima no tenga que gastar su bendecido tiempo solucionando esos problemas minusculos que se presentan a veces en nuestro servicio ìnfimo al Dios todopoderoso. Prometo a su reverendìsima obispal, encargarme de todo.
-Eso era lo que querìa escuchar padre Rosillo...Y se lo repito para que no se le olvide: La iglesia es una prostituta santa.
-Amèn, su reverendìsima.


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
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