lunes, 29 de octubre de 2007

EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS (CAPÌTULO 3)


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
ES UNA OBRA DEBIDAMENTE REGISTRADA
COPYRIGHT BY JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ


(ANTES DE LEÈR ESTE CAPÌTULO 3; LEE PRIMERO LOS CAPÌTULOS ANTERIORES; LOS ENCONTRARÀS MÀS ABAJO; Y EN EL LINK DE ENTRADAS ANTIGUAS)



EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS

NOVELA ORIGINAL: JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ


CAPÌTULO 3


"Señor ten piedad"...Y Dios se ha apiadàdo tanto, que està convertido, como debe ser, en el abanderado màs iluminado del amor clandestìno; ya que las primeras semanas de Luz de Obando y el canònigo Andrès Rosillo conviviendo en pareja, han logrado construir, como dos inocentes enamorados tallando la màs fina y fràgil joya, el amor de los dos; y la relaciòn va viento en pòpa; es tan secreta y tan llena de autenticidad, que cada vez hay menos secretos entre ambos. Es un romance tan escondìdo que aùn asì, ella y èl se las ingenian mutuamente para que sus encuentros eròticos sean antecedidos de las expresiònes de amor, cariño, y afecto màs transparentes, y picaramente libidìnosos. Hasta ahora no se despiertan sospechas, porque tanto Luz y Andrès van practicamente todos los dìas a visitar a Martina que a diario hace esfuerzos infrahumanos para disimularle a Luz su enfermedad, en una testarudez casi que infantil; pero asì lo ha querido Martina; aunque Andrès ya en màs de una ocasiòn haya sentido la tentaciòn de confesarle a Luz, el verdadero estado de salud tan deteriorado de su progenitora.

Con el pàso de los meses, la preciosa Luz simula muy bien las labores domesticas manteniendo perfectamente pùlcras la casa cural, y siempre decora la iglesia con suculentos ramos de flòres; incluso ella misma se ha encargado de cuadrar toda la agenda del padre Rosillo, en lo que tiene que ver con la realizaciòn de bautizos, primeras comuniones, matrimonios, entierros, y demas ceremònias religiosas...Circunstancias que no a todos en el pueblo les gusta; pues siempre habian sido auxiliares parroquiales los encargados de esta labor, y jamàs le habìa tocado a una mujer realizar todas estas cosas.
"Por todos los santos...Una mujer como mano derecha del pàrroco; que verguenza para la iglesia de Simacota!"...Piensan los màs ortodoxos.
Y aunque el entendimiento mùtuo entre la pareja es excelente, aùn asì Andrès se ha negado rotundamente cuando Luz le ha propuesto que la deje a ella ser la monaguilla de la iglesia.
-Serìa muy evidente Luz, y tèn siempre presente que ni tù ni yo podremos despertar jamàs, ni la màs elemental sospecha. Ante los ojos de la sociedad, tù seguiràs siendo unicamente mi sobrina colaboradora, y nada màs.
Luz a regañadientes, asienta su cabeza, aceptando; porque al fin y al cabo Andrès tiene razòn; ya que este romance prohibìdo debe ser tan cautelosamente secreto, que cualquier decisiòn que ambos tòmen, puede incurrir en suspicàcias de los feligreses; porque a pesar de todo, La Nueva Granada, siempre ha sido un virreinato bastante ultragodo, conservador, y donde sus gentes viven màs del que diràn, que del aire.
El clèrigo prefiere que sigan siendo los niños turnados de la poblaciòn, los que continuen realizando la labor de monaguillos.

El viernes en la mañana Andrès acostumbra a confesar; se encierra mèdio dìa en el confesionario, dispuesto a absolver todos los pecados de la inocente poblaciòn de Simacota, que juzga como pecado, hasta el mal pensamiento de una hormiga culona.
Luz hace la fìla, como cualquier otra parroquiana, para confesarse...Al llegar su turno ingresa al confesionario, pero el padre Rosillo no se da cuenta de que es ella, por la rejilla oscura que los separa.
-Escucho tus pecados- dice en voz baja el clèrigo, con la misma frase con que èl acostumbra a iniciar toda confesiòn.
Y en ese mismo tono ìntimo, Luz habla muy pacito, como dulce susurro; Andrès reconoce la voz de su amada.
-No padre; yo no he venido a confesarme porque no tengo nada de que arrepentirme...Todo lo contrario mi amado; todas estas noches en el refugio de tus brazos, han sido maravillosas. Si todo esto es un sueño, entonces no me despiertes nunca; y si es una bella realidad, no me abandones jamàs; porque sin tu amor, prefiero dejar de existir.
-No te angusties mi salvaje concubina...Dios es el primer aliado del amor.
Sin embargo, no todo està bien...Ya que por màs precauciones que se tòmen, es supremamente dificil no despertar aunque sea, ciertas murmuraciones entre la gente.
Al salir del confesionario, mientras camina la distancia que hay hasta el portòn principal de la mediana iglesia; dos comadres amargadas que tambien hacen fìla para ser confesadas, comentan entre si, y en voz baja.
-Mirala, allà va la mujerzuela esa. Dizque la damita Luz de Obando, que no es màs que Lucifer disfrazado de muñequita; y que convirtiò a los hijos puros y sanos de este pueblo, en siervos del pecado- exclama una de ellas, mientras que la otra responde en la misma tònica.
-Al pobre padre Rosillo ya se le debieron acabar las penitencias para esa cualquiera; que se crèe mucha cosa, porque naciò tan sòlo un tricitìco bonita.
-Yo no sè què le ven...La mayorìa de caballeros y no caballeros, la tratan como si fuera la mujer màs espectacular del mundo; y a mì no me parece nada del otro mundo...Si acaso una puta fina, pero no màs.
-Càlla esa boca mujer; estamos dentro de la iglesia, pròximas a ser confesadas por el tìo de esa puta fina, que si nos llega a escuchar, hablando asì de su desdichada sobrina; tù y yo en vez de confesiòn, tendremos excomuniòn...Recuerda que las paredes de las iglesias tienen los oidos de Dios; y cuando hàbles de ella, recuerda siempre que, aunque la desprecièmos con todo el alma, aùn asì es la sobrina del cura.
-Hum!, pero observala no màs...Hasta en este sagrado recinto que es la casa de Dios, ella se pasèa con ese caminadito insinuante, y mirala còmo se contonèa, como si quisiera comer hombre, y ni para que le analizamos esa ropa, que podrà ser elegante, pero es atrevida e indigna de la auxiliar de todo un pàrroco.
-Basta observarla bien, para darse cuenta de que su belleza es diabòlica.
-Tienes toda la razòn, ella incita al pecado de la carne, a tal punto que yo he escuchado ruborizada, còmo algunos hombres desean que esa desvergonzada, que ni siquiera los va a determinar nunca; esos desdichados, aspiran como màxima limosna de amor, a que Luz de Obando se les siente en la cara.
-Por eso tù y yo preferimos seguir siendo las mismas fèas de siempre; por lo menos tenemos el cielo ganado...Somos feas pero decentes.
-Fea tù; porque yo solamente soy gorda, y aùn asì me considero bella y dama de verdad.

Hoy por hoy, la iglesia de Simacota es una de las màs bellas y pudientes de todo el Reino de la Nueva Granada; y todo ello gracias a las obstentosas limosnas de Francisco Rangel, que continuian llegando cumplidamente y sin queja alguna a las àrcas de la parròquia.
-Todas las limosas y diezmos son humildes cuando se trata de Dios y sus representantes aquì en la Tierra!- exclama orgulloso don Francisco, cada vez que realiza su donaciòn mensual a la iglesia. Pero esta vez la donaciòn llega acompañada de una botella del màs fìno vino frànces, traìda exclusivamente al padre Rosillo, por Francisco Rangel que acaba de regresar de Europa donde estuvo visitando a unos familiares; y como siempre, aprovechò para traerles presentes, a todas sus distinguidas amistades. Y a la "devota" Luz de Obando, le ha traìdo una lujosa biblia empastada con estractos de oro, de esas que estàn de moda en los altos circulos sociales de señoritas recatadas y respetables del continente europeo.
Luz y Andrès invitan a cenar a Francisco en la casa cural para agradecerle los regalos que les trajo del viejo continente. En la mesa mientras departen y rìen con las anecdotas que Francisco les comenta, tambien se pàlpa que èl no es la excepciòn; Francisco Rangel tambien siente cierta atracciòn hacia Luz; aunque es reservado a ese respecto. Practicamente nadie en Simacota le ha conocido jamàs enamorada o pretendiente alguna a Francisco Rangel que ya tiene cuarenta años de edad. Èl siempre ha manejado su vida privada y su solterìa, con una gran timidèz, reserva, y distancia.
En esta noche los tres la pasan delicioso; y aunque no se àbre la botella de vino que Andrès recibiò de obsequio, es una tertùlia muy amañadora. Andrès con su guitarra hace duo con Francisco, y los dos cantan jotas españolas llenas de còplas picarescas, pero ambos son desafinados a la hora de entonar; lo que produce las risas de Luz.
Al finalizar la velada, Francisco se despide y se marcha en un marco de noche bohemia tranquilo pero lleno de jocosidades, ya que el canònigo Rosillo, cuando se lo propone, es un ser que se expresa y goza, de un gran sentido del humor.

Esa misma noche, ya a sòlas los dos, Luz y Andrès entran en la alcoba principal; ya que la casa cural solamente tiene dos habitaciones; la principal que es donde ambos duermen. Y una segunda alcoba que es tan solo de apariencia, porque supuestamente es la alcoba de Luz. Pero en realidad ambos duermen siempre juntos como la pareja de enamorados que son.
En la madrugada silenciosa, despues de que la feliz pareja la ha pasado en vìlo conversando y bromeando toda la noche en un ameno desvelo, dìgno de los noctambulos màs romanticos; Luz y Andrès completamente desnudos, dàndose abrigo con sus cuerpos abrazados; recostados tienen ansias de todo, menos de dormir. Sonriente Luz destapa la botella de vino y bebe un poco tras chupar el pico de la botella con gran sensualidad que Andrès aprècia mientras ella comienza a remedar y ridiculizar con mucha gracia, los ademanes de las señoras de alta sociedad a la hora de beber; el clèrigo expresa una risa complice, a la vez que Luz continua tomando vino juguetonamente.
-Andrès cantame algo en francès.
El canònigo vuelve a templar su guitarra, para que esta la acompañe en su canto destemplado. Aùn asi Luz parece extasiarse al escucharlo; se acerca asediandolo coquetamente y comienza a rociarlo cariñosamente por todo su cuerpo y ròstro, con lluvia de vino que Andrès resignado acepta mientras continua cantando romanticamente desafinado. Luz le quita la guitarra porque como mujer impetuosa, ha decidido ser ella ahora el dulce instrumento que su clèrigo tocarà de punta a punta, en el màs excitante contrapunteo, y la màs increible tocata. Andrès brinda azucarada sonata de besos en el vientre de su amada, y luego hundiendo su cara entre las piernas de Luz, en el màs sagrado ritual libidinosamente amoroso, el sacerdote realiza la minè a su verdadera y unica dueña, bebiendo el nèctar de su hermosa vagina tan sensual como la màs divina rosa, reviviendo el mìto de la creaciòn cual gènesis de catarsis del Adàn màs fàlico con su Eva màs excitada; no para ser expulsados del paraiso, sino para ingerir juntos el elixir de Dios; hacen el amor con sabor a vino frànces; Luz de Obando es el màs celestial bocado de cardenal para tan entregado pastor. Ella solemne y dominante se èrgue arrogante como la màs altiva serpiente Cobra Reina, dispuesta a fluir el jazmìn de su veneno en el climax exacto de màxima veneraciòn a su escultural existencia, a la vez que su piel blanca, pòro a pòro es explorada por Andrès mientras que de ella emanan los màs exquisitos aromas naturales de diosa coronada, cuando su clèrigo se fusiona increiblemente con la tersura de su emperatriz; esa mujer tan especial que todo mundo desea pero que por la eròtica voluntad divina del todopoderoso, es exclusivamente para Andrès Rosillo, porque ella es la màs bendecida flàma iluminada que ha sido enviada por àngeles a que sea cuidada e idolatrada por el màs humano de los prelados, que ahora làme con su lengua el busto perfecto de Luz que sabe a venus de arcàngeles, porque ella no es mujer del montòn; sino alteza de la atracciòn màgica de universos, capàz de hipnotizar al màs virginal de los pontìfices. Ella es Luz de Obando, que no pasa desapercibida ante nada ni nadie; con su silueta de divina felina, gran dama salvaje y tierna; dominante y fràgil; impetuosa e ingènua; àngel y demònio; brìo de hermosura poetica y huracàn de mil infinitas fornicaciones. El amor entre Luz y Andrès es eterno como los multiuniversos; sagrado como la belleza màs bienaventurada; ardiente y explosivo como la vida misma. Luz con su garbo sui generis del que solamente ella sabe hacer gala, àma de su esclavo clèrigo, haciendolo sagradamente feliz en el extasis que unicamente ella puede producir con su carisma capàz de magnetizar al màs càsto de los beàtos. Ella y sòlo ella le enseña a Andrès Rosillo, la sutìl diferencia entre querer y amar, lujuria y entrega, gustar y adorarse; y el ilustre canònigo aprende cada lecciòn como solamente se aprenden las lecciones dictadas por la mujer amada: Con mucho amor y algo de dolor.

"Sociedad de damas ilustres por la moral y las buenas costumbres de Simacota"...Asì se han identificado las emperifolladas señoras que han llegado al despacho del señor corregidor, Pantagruel Madrazo, a exponerle todas las quejas que tienen, segùn ellas, sobre los comportamientos reprobables e irreverentes de doña Luz de Obando. Esta es una "sociedad de la moral", de esas que nacen de la noche a la mañana, y que en el caso especìfico de Simacota, jamàs se hubiera creado sino fuera por el desprecio y las envidias que muchas de estas seudodamas ilustres le tienen a Luz de Obando. Y que como siempre ocurre en esta clase de organizaciones represivas; estas sociedades encargadas de la moral y las buenas costumbres de algùn pueblo, son fundadas y conformadas por las señoras, señoritas, y solteronas màs fèas, horripilantes, detestables, amargadas, espantòsas, y sobretodo sexualmente reprimidas, ya que nunca inspiran ni el màs mìnimo mal pensamiento, por su descarada fealdad, su cìnico resentimiento hacia toda mujer bonita, y su patètica envidia para con las mujeres de verdad-verdad, que siempre procuran estar a la altura de los placeres divinos màs humanos, como lo son todas las relaciones de pareja basadas en la màs honesta libertad de vivir y dejar vivir. Las integrantes de estas pocilgas camufladas para tapar las oscuridades, que en realidad son estas "sociedades o asociaciones de la moral", estàn integradas por todas esas reprimidas sexuales y abstencionistas sensuales que cuando se encuentran con una divinidad, y ademas vanguardista y adelantada para su època, como Luz de Obando; desahogan en grupo toda esa rabia, y demas sentimientos negativos encabezados y producidos por aquello que la naturaleza les negò a estas viejas, por malevolas, amargadas, y cizañeros condenados adefèsios de las "sociedades moralistas": BELLEZA...Y en este caso, la destructora y abominable envidia por esa diva de sin igual belleza llamada Luz de Obando. Ademas que jamàs puede olvidarse que todas estàs entrometidas, fisgonas, y pateticamente escabrosas solteronas de las "asociaciones de la moral y buenas costumbres", por lo general tienen la mente màs sucia y envenenada, unido al espìritu terriblemente podrido del que se pueda dar fe. Las mujeres de alma oscura que integran estas "sociedades de buenas costumbres y supuestamente rectoras de la moral" no son màs que antros del diablo que pretenden llevar a la humanidad a las profundidades del infierno; mientras que por lo menos las casas de lenocidio son antros de Dios, que se esfuerzan por llevar a simples mortales, al paraiso.
-Señor corregidor don Pantegruel Madrazo, hemos venido unidas las damas decentes este pueblo catòlico y cristiano de Simacota, para protestar ante usted como màxima autoridad representante de sus majestades; ya que nos parece inaudito, inmoral, y completamente condenable la actitud desfachatada, irreverente, descortes, y hasta maligna de la señorita doña Luz de Obando, que pasandose por alto la moral, y las buenas y sanas costumbres de nuestra sociedad; pretende continuar viviendo en la casa cural como si fuera lo màs correcto y normal del mundo; cual vil mujer desvergonzada- dice alguna de ellas.
-¿Y què quieren que yo haga, señoras?...Les recuerdo que doña Luz de Obando es la sobrina del padre Rosillo. Y nunca se ha considerado inmoral en ninguna sociedad, que sobrinos y tìos vivan bajo el mismo tècho- refuta el corregidor.
-Señor corregidor; con el debido respeto le solicitamos que se investìgue a doña Luz y su tìo el padre Rosillo, ya que nosotras tenemos sospechas desde hace algùn tiempo, de que esa bruja disfrazada de belleza està atentando contra la castidad, e inocencia de nuestro ilustre canònigo-dice categoricamente otra de ellas. Mientras la màs feamente siniestra de todas esas damas "ilustres" exclama...-Tal y como se lo estamos contando señor corregidor; nosotras, y que Dios nos perdone si nos equivocamos, tenemos muy sèrios presentimientos, dado el extraño comportamiento de esa sinverguenza pecadora Luz de Obando, y su angelical tìo, el canònigo Rosillo, alma nòble que el espìritu santo salve de las gàrras de su desdichada sobrina; que no tiene ningùn derecho a atribuìrse ciertas confianzitas con su tìo, por màs familiares que sèan; pasandose por la fàja, que antetodo y por encima de todo, primero es el pàrroco de este tranquilo y sano lugar.
-¿A què confianzitas se refieren ustedes, distiguidas damas?- pregunta el corregidor, a sus interlocutoras que se sonrojan mientras se persignan como quienes van a confesar, el màs terrible pecado, incapàz de ser perdonado.
-Señor corregidor; imaginese que la otra noche, los dos iban agarrados de gancho, y tomados del brazo, sin importar que algunas personas correctas los observaramos.
Pero el corregidor no se escandaliza con cualquier bobada.
-Es comprensible; ella es su sobrina y por consiguiente està en su derecho. Si yo tuviera una sobrina como la señorita Luz, tambien la tomarìa del brazo para que ningùn atrevido piense que ella va sòla y desprotegida por las calles- responde el corregidor.
-Y què me dice señor corregidor de aquellos dìas en los que esa tal Luz de Obando se enclaustra en la casa parroquial permaneciendo hasta semanas sin salir de allì para ni siquiera colaborarle al padre Rosillo en la misa- asegura otra de las reprimidas sexuales, "rectoras de la moral".
El corregidor sin embargo cùmple con su deber, y continùa otorgando el beneficio de la duda, a pesar de que en el fondo de su corazòn, Luz de Obando tambien forma parte de sus antipatìas personales, desde que el año antepasado ella rechazò al corregidor como su pretendiente.
-Todos sabemos que doña Luz vive en la casa parroquial porque el padre Rosillo la encargò de los "quehaceres domesticos"- reafirma el corregidor con cierto aburrimiento, pues al fin y al cabo, a èl le cae como un vomitivo, todo ese grupo de viejas chismosas y horrendas que le han invadido su despacho.
-Señor corregidor; usted es la autoridad legal de este pueblo, y por lo tanto debe hacer algo al respecto- dice la peòr maquillada de todas, que es tan fea, que seguramente se vè menos tenebrosa, cuando està recien levantada.
El corregidor no antepone sus sentimientos personales, y por
consiguiente decide ceñirse estrictamente a lo juridìco.
-Distinguidas señoras; ustedes han venido hasta mì, unicamente con sospechas infundadas y simples hipotesis; por lo que yo no puedo hacer nada; mucho menos en contra del pàrroco, representante de Dios en este pedacito de tierra llamado Simacota. Es mi deber recordarles rigurosamente a todas ustedes, que yo soy el representante de la autoridad española; pero el padre Rosillo es el representante de la santa madre iglesia. Y yo no me voy a enfrentar al poder de la iglesia, porque un poco de distinguidas damas desocupadas y sin oficio, me lo exigen. Señoras ilustres, yo no me voy a exponer a una excomuniòn, cuando al canònigo Rosillo le provoque pasar la queja de mi abuso de autoridad, al obispado, y despues al arzobispado; y yo enfrentado ìngrimo sòlo a todos ellos; ni lo sueñen ilustres damas de la moral y las buenas costumbres de Simacota. Asì que si ninguna tiene pruebas contundentes de las gravìsimas sospechas que ustedes han expuesto hoy aquì; tengo la manos atadas...Ha sido un placer señoras pero ahora tendràn que disculparme, porque yo sì tengo que trabajar- y chistando los dedos, el corregidor dà la orden a sus guardias, de sacar a todas esas señoras de allì; y practicamente la "sociedad de damas ilustres por la moral y las buenas costumbres de Simacota", son sacadas a empujones del despacho del señor corregidor.
Sin embargo don Pantagruel Madrazo es un hombre audàz; y aunque aparentemente ha subestimado lo que estas mujeres le han dicho; en el fondo de su ser, le retumba con eco, cada queja que le han expuesto; ya que a todo eso se suma algo que solamente le ha llegado al corregidor de Simacota, pero de manera totalmente confidencial: Los informes secretos que esta recibiendo por parte de los servicios de investigaciòn del ejèrcito español en tierras de Indias, en los que se le otorgan reportes mensuales con muy sèrias sospechas de que alguna clase de vinculaciòn existe entre el padre Rosillo, y el movimiento insurgente, clandestino, y feròz de Los Comuneros.

Y por eso, dìas despues el corregidor realiza una aparente, informal, y desprevenida visita sorpresa a la casa cural.
-En esta humilde casa de Dios nos enorgullecèmos siempre complacidos cuando recibimos la ilustre visita del honorable señor corregidor- exclama Andrès con la sonrisa màs hipòcrita, al recibir en la sala de la casa cural, la visita no anunciada de don Pantagruel Madrazo, que aparentemente ha llegado de casualidad, y con el pretexto trillado y simple de, "es que pasaba por aquì".
-¿Què lo tràe a esta humilde morada, señor corregidor?- pregunta Andrès mientras ambos tòman asiento.
-El mùte de los clèrigos, de los pueblitos de esta regiòn, siempre ha tenido la buena fama de ser delicioso; y estoy seguro que el de su reverencia Andrès Rosillo, no es la excepciòn; porque usted ya lleva aquì màs de un año, y jamàs he probado el que usted prepara.
-Tiene usted toda la razòn, señor corregidor; va a probar usted el mùte màs puro del que se haya tenido noticia en Simacota y sus lejanos alrededores- y mientras ambos rien disimulando la tensiòn, Andrès le pide a su sobrina unas buenas porciones de mùte, que Luz les sirve con la timidez que la caracteriza a la hora de mantener las apariencias.
El corregidor y el abate duran horas conversando sobre lo divino y lo humano...Pantagruel entrelìneas trata de escudriñar a ver por donde puede lograr sacarle a Andrès alguna palabra o frase que le confirme alguna de sus sospechas sobre las actividades subversivas del canònigo; o en ùltimo caso tratar de encontrar algo que pruebe la cantidad de habladurìas y comentarios mal intencionados que a viva voz se secretèa en todo el poblado, sobre la relaciòn entre Luz y Andrès; segùn algunas y algunos; màs allà de lo normal.
Durante toda la visita, Andrès y el corregidor se tratan con una cansona, tensionante, y solapada amabilidad; ya que en el fondo ambos no se caen bien; y por ser el uno representante de la iglesia, y el otro representante de la autoridad española; les toca convivir dentro del mismo pueblo, como enemigos ìntimos, y tratandose despacito y pacito.
Al terminar la visita Andrès despide a Pantagruel, obsequiandole en una vasija, màs mùte, para que no le falte al corregidor que al marcharse de la casa cural, deja en el ambiente de la residencia parroquial, el sin sabor, de que el corregidor ya sospecha algo; y Andrès ya lo sabe; aunque en realidad no sabe si las sospechas de Pantagruel Madrazo son respecto a su vida clandestina de pertenecer a los Comuneros, o de su relaciòn prohibida con Luz de Obando; o si tal vez sospecha de ambas cosas.

Entrada la noche, e iluminados por los candelabros; el clèrigo y su amada sobrina sacan conjeturas acertadas, y otras equivocadas, de tan desacertada y sorpresiva visita.
-Ese maldito chapetòn hijo de todas las putas, se tràe algo entre manos- dice Andrès enojado mientras que Luz trata de relajarlo colocandose detràs de èl masajeandole los hombros.
En su solitaria y cochina casa, el corregidor de Simacota, tambien trata de atar càbos.
"Que me cuelguen del palo màs alto si ese cura mal parido no tiene algo que ver con los malditos Comuneros...Y me dejo cortar el cuello, si no tiene alguna clase de amorìos con la puta de su sobrina...¿Pero còmo hacer para comprobar todas esas sospechas?"; pensaba casi que en voz alta el amargado y resentido corregidor que se desvela imaginandose en atrapar algùn dìa al engañoso cura Rosillo, que no le inspira ninguna confianza. Y està muy bien correspondido, porque èl tampoco le inspira confianza alguna al clèrigo.
Luz y Andrès pasan la noche en vela planeando ser màs cautelosos y precavidos. El clèrigo està seguro de que el astuto corregidor ya es portador de alguna clàse de informaciòn; y eso lògra producir en el canònigo y adulterino, cierta paranòia que lo obliga a ser muchìsimo màs discreto.

En la mañana soleada Andrès realiza su acostumbrada caminata por la plaza principal de Simacota, cuando de repente uno de los niños que ese dìa està de turno como monaguillo en la iglesia; lo asedia con desespero y angustia.
-Padre Rosillo, padre detengase un momento.
-¿Què te sucede muchacho?...¿Por què gritas asì?..
-Se trata de su hermana, doña Martina; el doctor Hernandez se la ha tenido que llevar de urgencias a su sala de pacientes; parece que ella se estaba ahogando, y ahora le estàn aplicando una sèrie de toallas y paños- termina de decir el niño agitado, a la vez que Andrès emprende carrera hacia la casa del doctor Hernandez donde en la sala de pacientes, se encuentra Martina delicada.
Al llegar a dicha residencia, Andrès saluda agradeciendo angustiado las atenciones del doctor Hernandez, para con la demacrada Martina.
-Padre Rosillo, yo como mèdico hago mi parte; pero su hermana es un poco remilgosa cuando yo la atiendo; me tocò traerla hasta aquì practicamente obligada porque a ella lo unico que le preocupa es que doña Luz de Obando, no se entere del delicado estado de salud de ella- dice en tono molesto el doctor Hernandez mientras ambos rodean la camilla improvisada donde reposa Martina con sus ojos entreabiertos, y con una cantidad de toallas que le bajen la fiebre con ahogo que la agòbia.
-Martina, por què no dejas de preocuparte por tu hija, y te preocupas por tì?- pregunta Andrès impotente ante lo delgada que vè cada vez màs a su hermana que no le responde.
Y retirandose a un rincòn donde Martina no pueda escucharlos; Andrès y el doctor Hernandez conversan con toda la franqueza y la frialdad con que se realizan los diagnosticos mèdicos gràves; ya que por primera vez el doctor Hernandez le expone a Andrès el desahuceado estado pulmonar de su hermana.
...-He conversado tambien con el doctor Morales en El Socorro, y ambos hemos llegado a la conclusiòn de que doña Martina, se està muriendo lentamente. Es como si sus pulmones se estuvieran carcomiendo el rèsto de su cuerpo- dice el doctor Hernandez mientras Andrès trata de disimular sus ojos aguados por el muy desolador dictamen que le dicen entre lìneas que es mejor que se vaya preparando para la triste partida final de su hermana. Luego con la voz muy dèbil, Martina lo llama...Andrès se acerca nuevamente a su camilla y le toma la mano.
-¿Què te dice el doctor Hernandez?- pregunta ella.
-Lo que yo ya sè; que tù eres una testaruda que se preocupa tanto por su hija, a tal punto que se te olvida preocuparte por tì misma- responde Andrès.
-Todavìa no me voy a morir; pero cuando suceda; acuerdate de nuestro pàcto secreto: Te encargaràs de mi hija Lucecita; por favor Andrès.
-No te preocupes que tù sabes que yo a ella no la voy a abandonar; asì como a tì tampoco te voy a abandonar.
Martina se queda mirando profundamente a Andrès que le sigue tomando sus manos de manera muy conmovida. Ella puede estar enferma, pero tambien està lùcida, y ha escuchado la habladurìas.
-Si estos pulmones no me traicionaran tanto, y tuviera todas mis fuerzas; yo solita me enfrentarìa, a todas esas lenguas viperinas, que hablan pèstes de mi hija, y de tì...Si hasta se han atrevido a rumorar, que tu sobrina podrìa ser dizque tu novia...Partida de brujas con lengua de cangrejo...Deberìas excomulgarlas a todas ellas- dice Martina con disgusto. Andrès trata de calmarla.
-A la que voy a excomulgar, es a otra; si no le hace caso al mèdico- dice Andrès mientras que en actitud protectora le da un beso en la frente a su hermana. Despues el doctor Hernandez interrumpe.
-Padre Rosillo; hoy su hermana se quedarà aquì en mi casa, porque quiero tenerla bajo observaciòn, y aplicarle unos remedios con los que aspiro a que ella se mejore; y mañana en la tarde, doña Martina podrà regresar a su residencia; siempre y cuando me prometa obedecerme en mis indicaciones.
-Hum!; yo siempre le obedezco doctor...Los desobedientes son mis pulmones, dice Martina mirando de reojo y de manera còmplice a su hermano, que le sonrìe animandola.

Al domingo siguiente en el sermòn de la misa el pàrroco aprovecha que es el dìa en que todo el pueblo asiste a misa sagradamente; desde el corregidor hasta el màs humilde de los parroquianos. Luz està en primera fila con su madre Martina, ya un poco màs repuesta.
-La calumnia, la injùria, la mentira, y toda clase de falsos testimònios son pecados gràves que nuestro Señor dificilmente perdona; y màs aùn cuando son pecados reiterativos...Asì que todos aquellos que han proferido falsas palabras, deben confesarse, cumplir penitencia y demostrar un autentico arrepentimiento- dice el padre Rosillo en su misa dominguera, adonde todo el pueblo asiste sagradamente a escucharlo con agrado y atenciòn; ya que con ese autentico don de gentes, y gran oratoria, el canònigo es capàz de cautivar al màs escèptico de los atèos.
En la noche, en la sala cural, Andrès sentado no ha podido disimular lo inquieto que ha estado en estos dìas recientes. Luz con cara de disgusto por el ambiente un poco aburrido que ha tomado la casa cural desde que hace dìas el incomodo corregidor les llegò de sorpresa; enciende los candelabros.
-No podemos negar que ese bendito señor corregidor nos perturbò la tranquilidad desde que nos visitò la otra vez...Y seguramente seguirà visitandonos de manera sorpresiva, hasta que caigamos como unos estùpidos, dàda la presiòn disimulada que comenzò a ejercer sobre nosotros- dice Luz mientras termina de acomodar los candelabros en las esquinas de la sala. Sin embargo Andrès, màs que tratar de tranquilizarla, està dispuesto en la noche de hoy, a confesarle a Luz, algo que ella, quièn sabe còmo lo vaya a tomar; pero que es indispensable que lo sepa, por la seguridad de ambos. Andrès asume una actitud categòrica y confidencial a la vez, hablando en voz baja pero seguro de sì mismo.
-Ademàs de nuestra secreta relaciòn; tengo sospechas del otro motivo por el cual el corregidor Don Pantagruel, nos estarìa respirando en la nùca- dice el clèrigo, mientras que Luz sin que se le pase el disgusto, observa la oscuridad de la calle desierta, por entre las cortinas ya cerradas de una de las ventanas.
-¿Y què otro motivo podrìa tener?- pregunta ella, totalmente ignorante de la gran verdad que està por escuchar de su hombre. Andrès resignado y decicido ya, a que Luz lo sepa, se inclina un poco mientras està sentado, le agarra una mano a Luz, y la sienta en sus piernas.
-Amada mìa; sì hay un motivo muy importante, y tal vez hasta màs peligroso que nuestra prohibida relaciòn- dice Andrès tratando de encontrar las palabras exactas para confesarle a Luz, su màs confidencial secreto sociopolìtico.
-Querida Luz; quiero que sepas y guardes un importante secreto mìo; siendo tù la primera y unica persona a la que se lo harè saber...Practicamente desde su fundaciòn, yo soy ideologo y miembro activo del movimiento insurgente en contra del yùgo español, llamado, Los Comuneros.
Luz de Obando ha quedado estupefacta con su ròstro inexpresivo, asustada, y sin saber còmo màs reaccionar inmediatamente. Despues de unos segundos de silencio; ella solamente atina a decir.
-Es dificil asimilarlo de buenas a primeras. El hombre que yo amo; el unico hombre del que yo he estado verdaderamente enamorada; es uno de Los Comuneros.
Andrès asienta un par de veces su cabeza, respondiendo afirmativamente.
-Desde hace dìas querìa decirtelo; porque la decisiòn de las autoridades españolas es marcial: Comunero que atrapen; por bien que le vaya, unicamente lo matan; pero por mal que le vaya, es sometido a las màs atròces torturas; y de una vez te lo digo; si a mì me atrapan, o me matan, quiero que sepas que no me arrepiento de absolutamente nada.
Luz con una de sus manos acarìcia el mentòn de Andrès que tiene sus ojos aguados, pero al mismo tiempo siente con esta confesiòn, el haberse quitado un gran peso de encima; el del remordimiento de consciencia de algo que no querìa ocultarle màs a su adorada; y que por fin pùdo ver la ocasiòn propìcia para confesarle a su compañera del alma, sus andanzas clandestinas en favor de una Nueva Granada lìbre, soberana, e independiente.
-Entonces cuando tù me dices que vas a las veredas a impartir òleos y sacramentos; en realidad, a lo que vas es a reuniones secretas con Comuneros?- pregunta Luz refugiando la cabeza de Andrès en su pecho.
-Y en realidad sì se aplican òleos y sacramentos; pero despues es cuando nos reunimos con ellos para planear los golpes contra los invasores españoles, y su podrida corona.
-No vuelvas a hablarme de atrapadas o muerte, porque a tì jamàs te sucederà nada de eso- dice Luz en cierto tono cariñoso -yo te cuidarè y te defenderè de todo aquèl que se atreva a tocar a mi canònigo rebelde.
-El caso es que yo solamente soy eso: Un cura de pueblo, un Comunero, y un enamorado clandestino de la unica mujer que en realidad he amado en mi vida- exclama en voz baja Andrès, mientras los ojos marrones hechizados de Luz de Obando, tambien son los ojos de una mujer enamorada, y a partir de hoy, silenciosamente angustiada; porque ella està tomando consciencia de que cada vez que su amado salga a la calle, o a sìtios aislados; sòlo Dios sabe si regresarà a casa. Luz de Obando està comprendiendo que lo prohibìdo del romance con su tìo, no es el verdadero precio que ella tendrìa que pagar por su relaciòn con Andrès; sino que es algo mucho màs peligroso que las consecuencias de una relaciòn censurable; es el peligro de captura o muerte de Andrès Rosillo por sus andanzas comuneras de sublevaciòn y rebeliòn en contra del imperio español al que pertenece toda la Amèrica hispana, incluìdo el Reino de la Nueva Granada. Luz de Obando abraza con todas sus fuerzas a Andrès; pero es ese abrazo lleno de pànico por perder a su amado; es el abrazo lleno de miedo por perder a su principe azul convertido en realidad, aunque èl no vista precisamente como principe azul, pero sì como principe de la iglesia catòlica, apostòlica y romana, aunque no sea cardenal, y aùn asì continùe siendo el sencillo y màs autèntico de los sacerdotes neogradinos y de gran parte de Amèrica.
Es tal esa nobleza y sinceridad mùtua entre Luz de Obando y Andrès Rosillo, que de manera improvisada pero rigurosa Luz le hace la màs desconcertante de las propuestas.
-Andrès, yo quiero ser una comunera; asumirè todos los riesgos que ello implica.
-No; no; y eternamente no!- sentencia Andrès tajantemente y ahora alterado.
-Si nos vamos a morir, muramonos juntos- dice Luz segura de si misma.
-No mi amor; te amo tanto, que soy incapaz de que te mueras a mi lado- dice Andrès mientras trata de limpiarse con un pañuelo, el sudor que le produce la tensiòn del momento.
-Tu madre jamàs deberà saber nada de lo que te acabo de contar.
-Ten la plena seguridad, que absolutamente nadie sabrà jamàs, lo que me acabas de confesar- dice Luz en un tono de apoyo incondicional a su sacerdote sublevado, que le aclara y le reafirma con voz estricta a Luz de Obando, que ella jamàs de los jamases, nunca serà una comunera; y es tal lo categòrico que Andrès ha sido con respecto a ese tema; que Luz decide no volver a hacerle semejante locura de propuesta.


Dias despues Martina que està seriamente enferma de los pulmones, pero no de los oìdos; no puede ser ajena a las habladurìas y chismes de todo Simacota, con respecto a la relaciòn de su hija Luz con su tìo el pàrroco.
-No me gusta para nada que se estè en todo momento, hablando mal de mi hija y de mi hermano- le dice con indignaciòn Martina a su hija Luz que la visita con el pretexto de atenderle esas "jaquecas y gripas" con las que Martina trata de disfrazarle a Luz, su muy delicado estado de salud.
-Tranquila mamà; todas esas son sandeces de lènguas sin oficio...No me digas que tù les vas a creèr?.
Martina respirando con cierta dificultad, no responde, pero sì le trata de explicar a su hija.
-Antes de que tu tìo Andrès se convirtiera en sacerdote, èl fue repudiado por ciertas familias de El Socorro, e incluso de aquì de Simacota- aclara Martina casi que a regañadientes, ya que se trata de un pasado que a ella no le halaga para nada sacar a relucir.
-¿Repudiado?...¿Y repudiado por què?- pregunta Luz con curiosidad.
Martina incomoda, no le queda màs remedio que responder con la verdad; pues al fin y al cabo, es ella la que tiene la segunda intenciòn de que Luz se entere quièn era su tìo antes de ser cura.
-Andrès era un jovencito precòz, porque fue un niño precòz. A èl le gustaban en exceso las mujeres. Yo siempre he dicho que si no fuera por su vocaciòn de cura, quièn sabe en que lìos de faldas andarìa Andrès en estos momentos, y sòlo Dios sabe a que estarìa dedicado si no hubiera sido sacerdote...Bendito sea el voto de castidad- dice Martina levantando sus brazos en pòse de invocaciòn.
-¿Y eran mujeres muy bonitas?- pregunta Luz con cierta burla fina.
-Debo reconocer que tu tìo siempre tuvo gustos refinados...Bendito sea el voto de castidad- repite Martina tratando de levantar otra vez sus brazos en señal de invocaciòn.


Ya en la noche, despues de la cena, Luz y Andrès reposan en el comedor de la casa cural; ambos conversan sobre los pormenores de la charla que Luz y su madre tuvieron. La bella Luz realiza juguetona e insistentemente mordaces preguntas que Andrès trata de evadir con cierta indiferencia postiza.
-De manera que el rèo Andrès Rosillo, se declara culpable de sus andanzas de malcriado- dice Luz poniendose de pie, con voz inquisidora, y colocandose sus manos en la cintura en actitud de institutriz impecable, mientras que Andrès decide seguirle el juego.
-Me declaro totalmente culpable, señorìa.
Luz se acerca y con sus manos le agarra suavemente el cuello a Andrès, en actitud de quererlo ahorcar.
-Entonces yo Luz de Obando, como rectora de este tribunal de la santa inquisiciòn, le doy a escoger entre las siguientes dos sentencias: O morir ahorcado por mis propias manos; o ser condenado a amarme a mì, nada màs que a mì, y exclusivamente a mì, por los siglos de los siglos, amèn...Asì que digame padre Rosillo; cuàl de las dos sentencias ha escogido usted?.
-En vista de las unicas dos sentencias que su señoria quiere que yo escoga, yo me sacrifìco por la patria, y escogo la segunda; amar incondicionalmente a mi unica iluminada, luz de mujer- termina de decir Andrès mientras que la voz de Luz se une a la de èl para que ambos terminen diciendo al unisono.
-Por los siglos de los siglos, amèn!.
Y Luz de Obando cambiando su actitud juguetona de querer ahorcar a Andrès, le quita sus manos del cuello, a la vez que ella comienza a besar ese mismo cuello que minutos antes queria supuestamente ahorcar...Y correspondiendole, Andrès pasa su brazo tambien por el cuello de Luz que tiene aroma de primavera; y como el màs sagrado manjar enviado por los dioses, Andrès comienza a amar a su divina inquisidora, encima de la mesa del comedor...Oh! Luz de Obando, prematura maestra de artes amatòrias, nacida para ser càntico inmarcesible de salmos en el momento de entregarse a su confesor canònigo y adulterino; privilegiado por tener a su emperatriz como el regalo màs bondadoso del creador de los multiuniversos.

Pero las habladurìas y chismes crecen en Simacota y sus alrededores, como una gigantesca bola de nieve rodando por todas partes e imposible de frenar. Y es por eso que Andrès Rosillo tiene que ausentarse tres dìas de su parroquia; porque ha sido llamado a audiencia urgente, por el señor obispo de la regiòn, para que el pàrroco de Simacota aclàre ciertas cosas que se dicen de èl, y que son comentarios impuros que no se deben decir jamàs de un sacerdote "entregado a su castidad", a su parroquia, y a su bendito albedrìo, en un pueblo lejano llamado Simacota, pero con un dispensario de chismes capàz de retumbar con gran eco, y que podrìa llegar incluso a tierras tan lejanas y tan interoceanicas como la santa sede; y Andrès sabe que cuando un cura es citado por su obispo, no hay derecho a declinar tan obligatoria invitaciòn.
-Padre Rosillo, la iglesia es una prostituta santa, y como tal es indiscutible su infalibilidad. Le recuerdo que solamente hay dos infalibilidades verdaderas en la iglesia catòlica: La infalibilidad del Papa; y la infalibilidad de la castidad de la iglesia como tal. Usted es un buen pastor; y un buen pastor jamàs deja ni siquiera entre ver, sus tentaciones- dice el señor obispo con seriedad petulante al padre Rosillo que lo escucha con la cara agachada, y con la màs hipòcrita sumisiòn.
-Su reverendìsima obispal; usted sabe que algunos feligreses, tienen la malicia de juzgar en nombre del diablo con cizaña y arbitrariedad, a sus pàrrocos.
-Lo entiendo padre Rosillo, y lo comprendo; ademàs tambien debo recordarle, que antes de que yo fuera obispo, tambien fui un simple pàrroco y cura de pueblo como usted. Y por eso mismo siempre recomiendo a mis sacerdotes, que hay que tener màs cuidado en los pueblos, que en las ciudades. El maligno se amaña màs en los infiernos grandes que son los pueblos chiquitos.
-Tendrè siempre muy en cuenta sus sàbias palabras, su reverendìsima.
-Ahora respondame una cosa padre Rosillo...¿Es indispensable que su respetable sobrina viva con usted en la casa cural?- pregunta secamente el obispo, ante la mirada sorpresiva de Andrès que comprende mejor, que el señor obispo, parece estar bastante enterado de lo que pasa en la parroquia de Simacota.
-No!; no es estrictamente indispensable que mi sobrina viva en la casa cural. Lo que pasa su reverendìsima, es que tampoco le veo nada de malo. Es mi devota sobrina, que voluntariamente desde que yo lleguè como pàrroco a Simacota, se ofreciò unicamente por su vocaciòn hacia el Señor, a realizar los quehaceres domesticos y demas tareas de asistencia de la iglesia, lo que me ahorra el no tener que gastar la mayor parte de las escasas limosnas, en contratar un auxiliar parroquial...Ademàs ella es la hija de mi hermana, que me ha pedido que yo la cuide y vèle por ella, ya que mi honorable hermana se encuentra muy enferma, y no puede cuidar de mi sobrina como se debe.
-Padre Rosillo; el objetivo de esta reuniòn es tambien buscar a esa bochornosa situaciòn, que en cualquier momento se nos podrìa convertir a usted y a mì, en un escàndalo bastante serio; una soluciòn pràctica y fàctible, en las que todas esas cosas que almas envenenadas vociferan de usted y su respetable sobrina, no crezcan màs; y màs bien encontrar un cristiano remedio donde todas esas lènguas viperinas endemoniadas, sean vìctimas de su propio invento; y se atòren hasta saciarse, en el momento en que tengan que tragarse sus propias palabras.
Andrès ocultando sus nèrvios, trata de hablar muy poco; y prefiere escuchar lo màs posible al señor obispo que habla con sarcàsmo y sensatèz, porque al fin y al càbo; èl no tiene nada en contra del padre Rosillo, pero tampoco està dispuesto a que sus pàrrocos se descarrilen en el lodazàl de los escàndalos pueblerinos, que son pequeños pero bastante bulliciosos.
-Padre Rosillo; encuentre usted una soluciòn radical a toda esta polvareda de habladurias e incomodidades, y aplique la soluciòn màs eficaz. Siempre que hay algùn problema con mis pàrrocos, soy justo y primero doy la oportunidad de que sea el sacerdote comprometido el que solucione personalmente el problema...Ahora bien, si èl falla o se sigue equivocando; entonces ahì sì entro yo y entonces soluciono la situaciòn a mis anchas...¿He sido lo suficientemente clàro, padre Rosillo?.
Andrès desconcertado solamente atina a responder.
-Ha sido usted, sabiamente clàro, su reverendìsima, y desde hoy mismo me comprometo humildemente ante usted a resolver esa situaciòn, para que su reverendìsima no tenga que gastar su bendecido tiempo solucionando esos problemas minusculos que se presentan a veces en nuestro servicio ìnfimo al Dios todopoderoso. Prometo a su reverendìsima obispal, encargarme de todo.
-Eso era lo que querìa escuchar padre Rosillo...Y se lo repito para que no se le olvide: La iglesia es una prostituta santa.
-Amèn, su reverendìsima.


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
COPYRIGHT BY JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ

lunes, 8 de octubre de 2007

EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS (CAPÌTULO 2)


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
ES UNA OBRA DEBIDAMENTE REGISTRADA
COPYRIGHT BY JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ

(ANTES DE LEÈR ESTE CAPÌTULO 2 ; LEE PRIMERO EL CAPÌTULO ANTERIOR; LO ENCONTRARÀS MÀS ABAJO; Y EN EL LINK DE ENTRADAS ANTIGUAS)


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS

NOVELA ORIGINAL: JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ


CAPÌTULO 2


Es en la lejana, poco poblada, pero acogedora y pequeña Villa de Simacota dònde el canònigo Rosillo serà enviado en los pròximos dìas, y es allì donde èl sacarà adelante su primera parroquia. Esta noticia produce en Andrès una mezcla de sentimientos encontrados. Por un lado la nostalgia de irse de una ciudad que èl aprendiò a querèr como es Santa Fe de Bogotà...Pero por otro lado la alegrìa que le produce; pues es en la poblaciòn de Simacota donde Andrès tiene a sus dos unicos familiares màs cercanos: Su hermana mayor Martina a la que no ve desde hace màs de quince años, y cuya unica comunicaciòn en ese mismo periodo ha sido por carta. Y a su sobrina, a la que tampoco volviò a ver desde que ella era una bebita.

A paso lènto, dificil, y andando varios dìas por caminos de herradura, a lomo de mula, y con todo su pesado equipaje, y un par de muebles preferidos; Andrès procedente de la ya lejana Santa Fe de Bogotà, va llegando a Simacota. Acompañado de un par de esclavos y algunos indìgenas que parecen màs indigentes que indìgenas, pero que sirven de guìas y ayudantes en el tediòso viaje.

En la entrada de la rùstica Simacota, el pueblo se va agolpando, a la vez que genera la correspondiente expectativa, por la llegada del nuevo pàrroco. Las autoridades locales encabezan la espera para darle al nuevo cura de la villa, la màs cordial bienvenida; y claro està; tambien se pueden apreciar los curiosos que no entienden mayor cosa de lo que està ocurriendo, pero que no pueden faltar.
De pronto una anciana loca y limosnera, grita delirante.
-Abran paso que ya llega el nuevo pàrroco; bendita sea la divina providencia, bendito sea el nuevo enviado del señor; ahora sì que tiemblen las poseìdas por el demònio y los hijos del pecado que se reconocen a la lègua por el olòr a azufre!!! -exclama la pobre infeliz mientras ya se observa a lo lejos al canònigo Rosillo y sus acompañantes que son recibidos por los habitantes de Simacota, con aplausos y matracas...Andrès reparte sonrisas y bendiciones a diestra y siniestra; luego la caravana de mulas se detiene en la plaza principal donde se han ubicado los màs altos dignatarios del pueblo, entre los que se encuentra el "distinguidìsimo" señor corregidor de Simacota, Pantagruel Madrazo, un español de la peòr calaña, de esos de mal gusto, que solamente se baña sagradamente una vez por semana; y exdelincuente en la peninsula iberica, que llegò a estas tierras de Indias, en uno de esos barcos que desde España el rey envìa a Amèrica para deshacerse de toda esa basura humana que apesta las màs "dìgnas" càrceles españolas. Sin embargo este corregidor de Simacota es astuto, y obviamente, desea y debe tenèr buenas relaciones con la iglesia, aunque èl no sea muy creyente; es lambòn por conveniencia, de falsa humildad, y practicamente es el representante directo de la corona y las leyes, en esta poblaciòn que hoy se ha adornado de fiesta y jubilèo, para recibir a su nuevo representante de Dios en tan olvidada villa.
-Reciba usted el màs cordial saludo de la Villa de Simacota, que acoge con fiesta y don de gentes, a su reverencia don Andrès Rosillo; y tambien nos llenamos de gloria ajena, de sabèr los lazos familiares que lo unen a esta humilde morada- dice el corregidor.
-Que Dios los bendiga a todos en esta tierra cristiana y catòlica de Simacota, y gracias por tomarse la molestia de recibirme...Por lo que me doy cuenta, mi nombre ya se pronuncia en estos rincones desde antes de mi llegada.
-Soy el corregidor de Simacota Pantagruel Madrazo; es mi debèr vivìr pendiente de todo lo que aquì pase, y del bienestar y tranquilidad del nuevo pàrroco.
Andrès desciende adolorìdo de la mula que lo tràe, y observa a su alrededor con curiosa extrañeza los pequeños cambios que ha tenido Simacota, tierra que èl no visitaba desde que era niño.

El corregidor y el canònigo caminan por la unica plaza mientras conversan de todo un poco; los escasos habitantes observan al nuevo cura con cierta mezcla de intriga, desconcierto, y comentarios en voz baja; incluso algunas de las mujeres que se han colocado sus mejores vestidos para tan pueblerino recibimiento, tienen que disimular los escalofrìos que con suspiro incluìdo les produce el ver a un clèrigo tan guapo, y de finas maneras.
El corregidor explica a Andrès quienes son los habitantes màs sobresalientes de la villa, luego le señala a lo lejos las quintas màs prestantes, y despues caminando por las dos unicas calles del pueblo le enseña las casas màs lujosas, y los ranchos màs destacados. Andrès recuerda algunas de las familias que el corregidor le nombra, pero con respecto a otras, simplemente el canònigo se limita a escuchar a Pantagruel que va presentandoles uno a uno, los habitantes mejor trajeados que van apareciendo a la deriva, saludando con vènia a su nuevo cura.
Y de manera muy tìmida aparece en ese atardecèr, el terrateniente màs adinerado de todo Simacota y sus alrededores; solteròn, tìmido, solitario, y demasiado adinerado.
-Padre Rosillo, permitame presentarle al hijo màs ilustre de esta villa, y de gran parte de fuera de ella: El ilustrìsimo don Francisco Rangèl; hombre devoto cuyas generosas limosnas, son las que han permitido sostener en pie y con cierto lujo austèro a la iglesia de Simacota que se nos ha intentado caèr en màs de veinte ocasiones, pero que gracias a Don Francisco, como usted puede observar, la iglesia de Simacota, es una de las màs bellas que existe en la regiòn aunque por algunos lados ya se vea un poco deteriorada; y aùn asì, causa inclusive envidias, por parte de ciertos pueblos vecinos- dice el corregidor, presentando asì al unico adinerado del pueblo, ante el padre Rosillo.
Francisco Rangèl con la timidez que lo caracteriza, solamente atina a decir.
-Que nuestro señor Jesucristo bendiga a Simacota y a su nuevo pàrroco. Pido a su reverencia me conceda el honor de ser el primer habitante de este pueblo en recibir su bendicion personal- Francisco se arrodilla ante Andrès mientras este lo persigna dandole una calurosa y sonriente bendiciòn.

El corregidor y el canònigo continuan su camino por la pequeña Simacota; cuando de pronto el ròstro de Rosillo expresa una sonrisa còmplice que el corregidor Pantagruel comprende muy bien.
-Hemos llegado al lugar que, estoy seguro, màs estaba anhelando su reverencia; el de su distinguida hermana, doña Martina Rosillo- dice el corregidor.
Da la sensaciòn de que la bonita y sencilla residencia se encuentra sòla, y evidentemente lo està; hasta que se acerca un carruaje tirado por dos fuertes caballos. En el carruaje se transportan dos elegantes damas que no se percatan de estar siendo observadas por Andrès y Pantagruel a prudente distancia. El carruaje se detiene, y luego deciende de èl primeramente Martina. El canònigo no puede aguantàr màs la emociòn, y se expresa en voz alta.
-Apuesto a que jamàs habìas visto a tu hermano con sotana!.
Martina que està de espaldas a la voz que escucha, voltèa, observa silenciosa y sorprendiendose poco a poco, a medida que va reconociendo con sus ojos lagrimeados a su hermano menor, a quien vè por primera vez, vestido de sacerdote. Martina profundamente conmovida se acerca; gimiendo acicàla a Andrès y le acarìcia sus mejillas.
-Andresito, ya eres todo un hombre, sacerdote catòlico, apostòlico y romano; que honor y que orgullo para todo el que sea Rosillo; ya tenemos cura en la familia. Y por primera vez en mi vida, voy a darle el abrazo màs fuerte a un clèrigo.
Y en una mezcla de tìmida risa y con sus ojos aguados, Andrès y Martina Rosillo se abrazan como los hermanos que solamente el tiempo se habìa visto obligado a separar...Martina llora emocionada mientras el abrazo de ambos parece eterno...Es ese abrazo sin palabras de la hermana mayor que tuvo que terminar de criàr al hermano menor; y del hermano menor, que la considerò desde siempre su segunda madre; Martina es dieciocho años mayor que Andrès. El corregidòr presencia discretamente el dulce reencuentro de ambos.

Años atràs Martina tuvo un romance con un extraño hombre llegado de Carora-Venezuela, pero que habìa nacido en Alemania; uno de esos europeos que se hacia pasàr por expedicionario, y que jamàs se supo, expedicionario de què o de quièn, y con un apellido alemàn tan enrredadamente impronunciable; era algo asì como Detransgerbandorf o algo parecido; el caso es que todo mundo al intentar pronunciar su impronunciable apellido, terminò diciendole "señor Deobando"; y cuando este personajillo, aprendiò a escribir algunas palabras en español, decidiò darle a su enrredado apellido alemàn, una seudotraducciòn dìgna de todos esos europeos varados que para darse màs distinciòn y màs abolengos y pergaminos de falsa sangre-azul, entonces prefirieron colocarse las palabritas "y", "de", y demas; inventando que eran descendientes directos y jamàs indirectos de algùn rey, cònde, dùque, principe y demas. Asì que de esa manera quedarìa registrado ante la colonia española del Reino de la Nueva Granada, el apellido escrito por separado: "DE OBANDO"; adonde este alemancito habìa llegado sin una sola moneda, una mano atràs, y la otra adelante, pero con pinta de europeo buenmozo; en aquellos años juveniles de Martina en los que ella se dejò engatusàr por la moda provinciana de tenèr romance con algùn extranjero que en Europa podìa ser de la màs baja clàse social; pero que aquì en el nuevo mundo de Amèrica, podìa disfrazarse de aristòcrata aunque no tuviera en que caèrse muerto. Sin embargo le daba distinciòn a la mujer criolla y bella que se dejara embaucar; ademas del estatus de apellido extranjero, aunque su pronunciaciòn fuera un completo trabalenguas.
Fruto del frìvolo romance entre Martina Rosillo, y el tal señor "De Obando", habìa nacido una bebita a la que bautizaron con el nombre de Luz...Luz De Obando y Rosillo. Pero Luz practicamente no pudo conocer a su padre, porque este muriò al año, vìctima de un asalto camino de regreso a Simacota, cuando èl se enfrentò a los asaltantes negandose a entregarles las mercancìas de cachivaches, juguetes, y ropa que el salìa a vendèr en las comarcas y villas vecinas.

Ahora Luz de Obando tiene diecisiete años de edad, y toda su vida la ha pasado al lado de su madre Martina...Las dos siempre han vivido juntas, uniendo sus respectivas soledades.
Sin percatarse del largo abrazo que Andrès y su hermana Martina se dan con gran fuerza. Luz baja del carruaje, dando la espalda a su madre y su tìo.
-Hija, mìra quièn llegò por fin, despues de que llevabamos sus dìas con sus noches esperandolo...Ven y saludas a tu tìo Andrès; hoy convertido en un gran siervo de Dios, y el nuevo pàrroco de Simacota- dice Martina con su voz todavìa emocionada- Andrès, por si no la recuerdas, ella es tu sobrina Luz de Obando y Rosillo; hoy convertida en toda una señorita, como puedes observarla.
Luz con gran espigue da media vuelta y queda de frente a Andrès sorprendido fijando su mirada en los ojos de Luz, que tambien se asombra al ver al hombre màs guapo que ella haya visto en la vida...Luz y Andrès han quedado sin palabras, estàn extasiados por la atracciòn mùtua que les genera este encuentro. Luz de Obando es la mujer màs hermosa que Andrès haya visto en toda su existencia; y èl a su vez es el hombre que a sus veintinueve años de edad, y con su porte latino, ha logrado que a Luz se le mueva el mundo a su alrededor, como si todos los terremotos y maremotos se hubieran juntado para suceder el mismo dìa, pero a la velocidad del fuego.
Con tan solo diecisiete años de edad, Luz de Obando es una mujer de majestuosa belleza; imposible de pasar inadvertida por su descomunal hermosura de un metro con ochenta de estatura, heredada de su desaparecido padre. Ella de tèz blanca,e imponente con ese cuerpo tan finamente escultural y hermoso, que solamente se puede lograr con la mezcla de la sangre criolla neogranadina aportada por la madre, y la sangre europea alemana aportada por el padre. Lo que convierte a Luz de Obando en la màs altiva diosa angelical que ha aparecido en la vida de Andrès Rosillo...Y que como toda belleza fèmina, puede ser una bendiciòn del mejor Dios de los cielos...O una maldiciòn del peòr diablo de los infiernos.
El clìma ameno y agradable ayuda a la impactante imagen de Luz, cuando el viento refrescante de Simacota ondèa la larga y exòtica cabellera negra de Luz de Obando, que embellece aùn màs el contraste con sus iluminados ojos marrones.
Màs que una adolescente de diecisiete años, Luz ya es toda una majestuosa mujer glamourosa, coqueta, y apasionada entre otras virtudes. Ahora si ha llegado el verdadero amor de Andrès Rosillo...El màs puro, autèntico, honesto, y eterno amor, del canònigo y adulterino don Andrès. Luz es màs real que la vocaciòn de Andrès; y con una diferencia de edad que serìa bien vista, sino es por la broma pesada del destino, o el despotìsmo del universo, que comienzan a sumergìr a Luz de Obando y Andrès Rosillo en la màs cruda y nefasta realidad que amor sublime alguno pueda tenèr. Ni el mismo clèrigo imaginò jamàs, que su unico y màs sagrado amor serìa su propia sangre: Andrès es el tìo, y Luz su sobrina.
Pero resistirse y renunciar a la altiva beldad de Luz de Obando, es igual a morirse sin amar, y a desaparecer sin haber sido amado.

Entrada la noche, Martina, Luz, y Andrès cenan agradablemente y recuerdan viejos tiempos. La dicha de Martina y su hermano por su reencuentro, los vuelve a convertìr en los dos mejores compinches que siempre fueron en el pasado. Y despues de retirarse un momento de la mesa, Luz regresa llevando en una bandeja de plata, copas de vino que Martina y Andrès reciben gustosamente.
El canònigo observa a su sobrina con una gran ternura, pero ella no corresponde a sus miradas porque està pendiente de servìr la dulce bebida con el cuidado de que no se vaya a derramar; mientras Andrès aprècia las delicadas manos de Luz como poeticos pètalos de orquìdeas; su rostro maquillado con gran austeridad, belleza y simpleza, como si fuera una leona en cèlo.
-¿En què piensas Andrès?- pregunta Martina.
-Solamente recordaba hace años, la ultima vez que vì a Lucecita; era tan solo un bebita diminuta que acababa de nacèr- dice Andrès mientras que Luz ahora sì lo observa- Te veìas tan fràgil sobrina, y tu madre se angustiaba porque a veces no te escuchaba respirar...Y hoy que te he vuelto a ver, eres toda una increible señorita, y muy hermosa por cierto.
-Ay tìo, cuidado con esos comentarios...¿Que tal una excomuniòn?- pregunta Luz ante la risa de Martina y Andrès.
-Todo lo contrario; de hoy en adelante agradecerè a Dios, el haberme dado una sobrina de belleza tan sinigual.
La cèna de bienvenida a Andrès, ha sido un delicioso cabrito asado; y la noche se convierte en la mejor complice para que Luz escuche a carcajadas còmo Martina y el canònigo recuerdan las pilatunas que Andrès de niño, le hacìa a su hermana mayor.

Sin embargo, aunque Luz de Obando tenga escasos diecisiete años, en todo Simacota, desde hace algùn tiempo se rumoran verdades y falsedades sobre las andanzas poco santas de esta jovencita, que por habèr sido educada sin la presencia de su progenitor, sino unicamente con la tutorìa de su madre, Luz tiene en la villa, una mala fama de brincona, dìscola, y sinverguenza; incluso se rumora que ya no es virgen, y que cambia de hombre, como cambiar de ropa. Se dice que hasta el corregidor Pantagruel Madrazo, le estuvo coqueteando, pero Luz ni siquiera lo miraba, nunca lo determina; lo que le ha valido que este le tenga desde hace tiempo cierta bronca a Luz, segùn algunos, mujer de variados caballeros, y de vàrios seudocaballeros..."Que Dios nos ampare".
Verdad o mentira; de hoy en adelante, a todos esos rumores hay que bajarles el tono porque ahora se trata de la sobrina del nuevo cura de Simacota; y sobrina de cura, es casi sagrada aunque su reputaciòn estè en entredicho; y aunque nadie quiere exponerse a ninguna excomuniòn por parte del canònigo Rosillo, aùn asì algunas señoras del pueblo piensan para sus adentros..."Lo que nos faltaba; que porque ahora es la sobrina del cura, de la noche a la mañana la tenemos que graduar, de puta a santa".

A la mañana siguiente el canònigo Andrès Rosillo toma posesiòn formalmente de la parroquia de Simacota. Y como es de esperarse, la pequeña iglesia està atestada de gente, porque hasta de las veredas circunvecinas, todos han venido a conocer personalmente al joven y nuevo cura, como si se tratara de un espectaculo de feria, o de un ser venido quien sabe de que galaxia. Andrès ofìcia su primera misa en la villa, y cèntra su sermòn en mantener la tranquilidad y la paz del pueblo, tal y como èl la ha encontrado, y tambien les recuerda la uniòn que debe existir en cada familia de Simacota. Luz y Martina orgullosas de su pariente, estàn sentadas en primera fìla, y guardando una prudente distancia en la misma fìla, se encuentran el señor corregidor, el terrateniente Francisco Rangel, y demas personas que se consideran importantes en la pequeña regiòn.
Observar al padre Rosillo es novedoso para la mayorìa, pues el pàrroco anterior fue un anciano que en sus ultimos años habìa estado mèdio sordo, mèdio ciego, mèdio mudo, mèdio olvidadizo, y exageradamente dormilòn; se quedaba dormido en plena eucaristìa; y era tal su enagenado estado se salud, que en sus ultimos mèses de vida, solamente oficiaba mèdia misa al mes; la otra mèdia la tenìa que terminar de oficiar el sacristan de turno. Una vez ese antiguo y anciano cura, se quedò dormido para siempre, y demoraron semanas para realizarle las exèquias, hasta que el correspondiente obispo logrò convencer a un cura de un pueblo vecino, para que se dignara ìr a Simacota, y dàrle cristiana sepultura al nonagenario sacerdote.
En realidad son muy pocos los voluntarios sacerdotes que se le miden ìr a Simacota; no por la lejanìa, sino en realidad porque esta es una villa que tiene como unica vìa de accèso el màs lodasado camino de herradura, a la que exclusivamente se llega atravesando literalmente potrero y barrizal movedizo a la vez.
Andrès Rosillo aceptò gustoso ser el nuevo pàrroco, pero por su hermana y sobrina que viven allì; porque de lo contrario tampoco hubiera aceptado de muy buena manera radicarse allì como el nuevo consejero espiritual de la comarca.
Por eso el nuevo clèrigo con sus ìmpetus de juventud, despierta nuevamente el fervòr religioso de Simacota; al fin y al cabo èl es dìgno ejemplo de la nueva generaciòn de sacerdotes, con ganas de revolucionar, vivir intensamente, y si es el caso, sobrevivir intensamente.
Y una vez enterado de la finanzas de la parròquia, principalmente gracias a las jugosas limosnas de Francisco Rangel, Andrès dispone todo para remodelar y pintar la iglesia, junto con la casa cural; y mientras se realizan las reformas arquitectònicas, el clèrigo vivirà en casa de su hermana y sobrina; y las misas se realizaràn al aire libre en la plaza principal de Simacota. La iglesia quedarà convertida en la màs hermosa de la regiòn, a varios kilometros a la redonda; y serà todavìa màs orgullo de sus feligreses.
Hasta ahora, solamente hay un hecho que a Andrès no le ha gustado, desde que llegò a este pueblito, pero es un hecho que el canònigo tiene que disimular con diplomàcia eclesiàstica; y son las habladurias como secretos a viva voz junto con comentarios obscenos, que se hacen a lo largo y ancho de Simacota; con respecto a su sobrina Luz de Obando...Andrès ha tomado consciencia de que tendrà que aprender con la paciencia de todos los santos, a lidiàr con esa situaciòn.

Terminado el almuerzo con un sol resplandeciente y un sofoco que presàgia una tarde bastante calurosa; Martina, Luz, y Andrès comentan con beneplàcito, como ya se està volviendo costumbre, la misa matutina con la que Simacota va aceptando poco a poco con el transcurrìr de los dìas al padre Rosillo, como rector de la moral y las buenas costumbres, de este pueblo sumergido en el mapa, y que en realidad es dificil encontrarlo en los pocos mapas que existen de dicha regiòn neogranadina .
Martina se levanta de la mesa, llevando los platos a la cocina. Andrès y Luz quedan a sòlas conversando sobre las frivolidades de la villa, ya que como siempre, la trivialidad es la mejor forma de reposar el almuerzo, hablar mal de pròjimo, y expresarse peòr, de las mujeres de los pròjimos. Sin embargo Andrès aprovecha parte de la charla para indagar con cariño a su sobrina, aunque en el fondo, a èl le molesta màs que aburrirle, confirmar que sean ciertas las malas andanzas de Luz; pues ella se ve tan angelical, y tan inocente, que al clèrigo le cuesta mucho trabajo creèr que sean ciertas, y màs cuando han llegado a oìdos de Andrès, unicamente por aquellas lènguas viperinas que entonan los chìsmes no santos, que de Luz de Obando se comentan en toda Simacota, como picarescos y morbosos secretos a viva voz.
-¿Sobrina; por què tengo la impresiòn de que tù eres en cierto modo, diferente?-pregunta Andrès con una mirada còmplice -diferente con relaciòn a las damas de Simacota; te lo digo, porque practicamente en las semanas que llevo aquì, no te conozco ninguna amiga, aunque sea, alguna confidente de tu edad.
-Tal vez tengas razòn tìo; soy diferente, y no soy muy amiga de tener amigas; muchìsimo menos me llama la atenciòn hacer amistad con las mujeres de este pueblo...Sàlvo mi mamà, las mujeres de este pueblo se hunden màs en las envìdias, y las amarguras -dice Luz tratando inutilmente de evadir el tema.
-¿Y por què supones que las mujeres de este pueblo te envidian?.
-Pues segùn dicen, la naturaleza me dotò de cierta belleza diabòlica, como dicen todas estas desdichadas de Simacota.
-Y en realidad sì eres muy bonita; pero la belleza es un don de Dios; y no tiene nada que ver con ningùn diablo.
-Ojala les dijeras eso mismo, a todas esas santurronas cizañeras que van todos los dìas a tu misa, y entran a la iglesia, mirando por encima del hombro y con antipatìa a todo mundo, como si ellas fueran las dueñas de la moral, y ya tuvieran el cielo ganado.
-¿Sobrina; tienes algùn pretendiente por ahì escondido?...
Luz permanece en silencio sin estar segura de lo que quiere responder; pero despues de algunos segundos, contesta con cierta timidez.
-Tal vez soy muy exigente; tal vez el hombre con que sueño, no existe en ninguna parte; en fin, no tengo nada formal con nadie -termina de aclarar Luz mientras intenta levantarse de la mesa, pero Andrès suavemente coloca su mano sobre la mano de Luz, dandole a entender, que la charla no ha terminado.
-¿Què exiges de los hombres?.
-Nada en especial; que no confundan caballerosidad con hipocresìa; que me dejen seguir siendo lìbre, como siempre lo he sido; que no den credito alguno a la cantidad de cosas que se dicen de mì.
Andrès interrumpe con ansiedad disimulada.
-¿Y todas esas cosas que se dicen de mi sobrina, son ciertas o falsas? -pregunta el clèrigo ante el enrrojecimiento de verguenza y angustia de Luz.
-Tù tienes tu verdad; yo tengo mi verdad; cada quien tiene su verdad.
Y ante semejante respuesta tan evasiva; Luz y Andrès quedan en silencio mientras se miran fijamente a los ojos...La mirada de ambos pareciera plantear màs misterios que cualquier otra cosa...Y Luz se siente tan abochornada que decide romper ese eterno silencio de segundos, con un comentario entre sèrio y jocoso.
-Tambien exijo de los hombres; que sean apuestos; que tengan un rostro amable, que tengan carisma; y en lo posible mirada de àngel -responde Luz como si màs que una respuesta, estuviera describiendo la fisionomìa de Andrès.
Pero Andrès no està dispuesto a celebrarle, ni a reprocharle el comentario; simplemente ahora es èl, el que asume una actitud escurridiza.
-Tienes razòn sobrina; eres muy exigente -dice Andrès, retirandose a su alcoba, con sus manos sudorosas, y su respiraciòn agitada.

Ya en la tina de su bañera; Andrès como disgustado consigo mismo; baña su cuerpo, màs como si estuviera bañando su alma, y como negandose a si mismo los pensamientos malos y buenos de toda indole, que su sobrina le produce; y que con el simple hecho de tocar su mano, puede provocar en el clèrigo, la màs terrible cascada de toda clase de sentimientos. Es como si el destino se hubiera confabulado, para cobrarle al padre Rosillo, todas sus conquistas juveniles pasajeras. Aunque Luz de Obando; no es nadie pasajero; es su sobrina; es la hija de su hermana Martina; y semejante parentesco familiar es lo que produce en Andrès Rosillo, el dolor espiritual màs terrible. Es como si el universo hubiera decidido castigar al canònigo Andrès Rosillo, poniendole en bandeja de oro, la belleza descomunal y majestuosa de su sobrina Luz de Obando. Es una mezcla de luz y oscuridad, donde el clèrigo preferirìa estarse enamorando de la hija del mismìsimo diablo, ya que por lo menos, con la hija del diablo, no existe ningùn parentesco.

En la madrugada, Andrès es despertado, al escuchar en la alcoba de su hermana, la chillìda respiraciòn ahogada de esta. El clèrigo ingresa a la habitaciòn de Martina, y la encuentra pàlida, con su boca exageradamente abierta, y apretandose el pecho con las disminuìdas fuerzas de sus manos. Andrès ayuda a reincorporar a su hermana, que le hace señas desesperadas para que èl cierre la puerta, y que el sonido de su respiraciòn forzada no llegue hasta la alcoba de Luz.
-¿Pero què te pasa mujer?...¿Como es posible que viviendo contigo, y viendote todos los dìas, no me haya dado cuenta de que estàs enferma? -pregunta Andrès disgustado consigo mismo, y recostando a Martina en su pecho. De la mejor manera Martina hàbla dificilmente pero haciendose entender.
-No quiero que nadie sepa de esto...Desde hace algùn tiempo, me dan estos ataques donde los pulmones me quèman tanto, que siento como si se me estuvieran asando en una hoguera.
-¿Y por què no has ìdo al mèdico; has consultado con èl? -pregunta Andrès refiriendose al doctor Hernandez que es el mèdico, dentista, homeopata, hierbatero, vegetarista, y todero de Simacota.
-Claro que sì. Voy todas las semanas. Y lo que tengo es un secreto entre èl y yo; y a partir de ahora, tù tambien lo sabes.
-¿Saber què?...¿Què enfermedad es la que tienes?.
-Los mèdicos no saben exactamente què ès.
-¿Mèdicos?..Acaso, ademas del doctor Hernandez, quièn màs te ha estado examinando?.
-El doctor Morales, mèdico de El Socorro.
-¿Y te han dicho, què tan grave es lo que tienes?.
-No!; es imposible que me lo digan a ciencia cierta. Pero tranquilizate Andrès; estos ataques son asì; se van tan de repente como llegan.
Martina tratando de levantarse un poco para quedar màs sentada; apreta con fuerza las manos de Andrès.
-Andrès; no quiero que Luz se entere de mi enfermedad, sea cual sea esa enfermedad, no quiero que ella lo sepa. Me quiere tanto que es capàz de venirse a dormir conmigo aquì en el cuarto y cuidarme dìa y noche; pero yo no quiero creàr esa dependència.
-No te preocupes; pero de ahora en adelante me vas a informar constantemente de las medicinas que te dictamine el doctor Hernandez, o el doctor Morales. Yo me comprometo a conseguirte todos los medicamentos que sean necesarios -dice Andrès mientras le da un beso en la frente a su hermana mayor y segunda madre. De repente Martina apreta con fuerza las manos de Andrès, y asume una solemnidad pasmosa.
-Mi adorado Andrès, mi consentido hermano menor; nunca te he pedido nada en la vida, pero esta vez me veo en la penosa obligaciòn de pedirte un favor que no es fàcil.
-Tù sabes Martina, que siempre cuentas conmigo incondicionalmente.
-Quiero que me prometas, que si me llego a morir sin ver a mi hija Luz bien casada; si mi hija queda sòla, sin mì; tù te encargaras de velar por ella. Es tu sobrina; y es una buena muchacha; solamente que a veces es un poco alocada; algo normal porque apenas es una jovencita; dama pero jovencita. Si yo muero, por favor no me la vayas a desamparar.
-Es que yo te prometo desde ya; y aunque continues viva por muchos años màs, como estoy seguro, que asì ocurrirà; que jamàs las voy a desamparar a ustedes dos; de eso puedes tener la màs completa seguridad.
-Hum!..Tù dices que voy a vivìr muchos años màs...Lamento comunicarte, que mis pulmones no estàn de acuerdo contigo.
-Es que tù no moriràs cuando lo digan tus pulmones; tu, yo, y todos, morimos cuando lo disponga Dios.
Y brindandole un abrazo de hermano y amigo, Andrès refugia a su hermana, dàndole esperanza, y animandola a seguìr adelante; mientras pasan segundos de silencio en los que Martina respira ya con menos palidèz.
-Heredò parte de la belleza de la abuela Senaida -dice Martina escuetamente.
-¿Còmo dices? -pregunta Andrès totalmente desentendido. Pero Martina le aclara...-Mi hija Luz, tu sobrina; heredò cierta belleza de la abuela Senaida. Tù no conociste a nuestra abuela Senaida, pero cuando veo a Luz, con ese pòrte de gitana fina, me acuerdo inmediatamente de la abuela Senaida porque asì de hermosa era; y le llovieron pretendientes en cantidades.
-La abuela Senaida; tienes razòn, nunca la conocì, pero siempre la oìa mencionar.
-¿Me prometes que cuidaràs a Luz cuando yo muera?.
-Te lo prometo; siempre y cuando dèjes todo en manos de Dios.
-Lo bueno de Dios, es que nos envìa la muerte sin avisar -termina de decir Martina mientras que asì recostada en el torso de Andrès vuelve a quedarse dormida por un buen rato.

El ambiente se caldèa en Amèrica entera. En Europa ha estallado la revoluciòn francesa con todo exito; y esto no puede ser indiferente para los comuneros criollos. El canònigo traduce del francès al español, periodicos y revistas que tardiamente llegan del viejo continente. Una vez traducidos, se reparten clandestinamente arengas, editoriales, pasquines periodisticos, y demas comentarios que hablan categoricamente del triunfo de la revoluciòn francesa, y al mismo tiempo la derrota de dicha monarquìa, y como tambalèan las demas monarquìas europeas. Todo esto influye profundamente en los neogranadinos, sobretodo en aquellos criollos que forman parte de Los Comuneros.
A manos de Andrès Rosillo ha llegado un ejemplar en clàsico frànces de, LOS DERECHOS DEL HOMBRE; le piden que los traduzca, y èl lo harìa con gusto; sino fuera por otro revolucionario que ya lo està traduciendo en el màs completo secreto y hermetismo. Ese estupendo traductor se llama Antonio Nariño; e incluso el canònigo le confiesa a algunos de sus compañeros Comuneros.
-El frànces que domina a la perfecciòn Nariño, es màs fluìdo que el mio. Estoy seguro que la traducciòn que èl haga serà visceral, històrica, y para siempre; no les quepa la menor duda -dice Andrès con una vehemencia conmovedora.
En toda la Nueva Granada circulan ya dos ejemplares de LOS DERECHOS DEL HOMBRE escritos en frànces; un ejemplar ya està en manos de Antonio Nariño; y el otro tambien lo guarda secretamente el canònigo Andrès Rosillo; es por eso que los Comuneros ya han tomado una decisiòn tajante, definitiva, y peligrosa:
Si Antonio Nariño llega a ser capturado o muerto sin haber terminado la totalidad de la traducciòn de Los Derechos del Hombre; entonces Los Derechos del Hombre seràn traducidos al español-castellano por la segunda opciòn, y as bajo la manga de los insurgentes neogranadinos: Andrès Rosillo.
Con el transcurrir de los dìas, el canònigo se convierte cada vez màs en uno de los màs fervorosos ideologos comuneros; sus seguidores que tambien forman parte del insurrecto movimiento, crècen en nùmero y en calidad de gèntes, apoyando al clèrigo con gran ahìnco.
Se presentan fuertes batallas entre Comuneros y españoles. Y aunque Andrès expresa su deseo de participar en dichos combates, no se lo permiten; ya que los Comuneros necesitan a Andrès vivo, para que siga siendo un gran pensador, ideologo, y planificador de grandes golpes en contra de los Chapetones.
-Padre Rosillo, usted es Comunero ideologo; no Comunero Guerrero; lo necesitamos vivo para que nos siga aconsejando, y nos salve de la càrcel y del paredòn, en su calidad de abogado defensor. Y sobretodo, lo necesitamos para pensar, mientras los demas peleamos -dice uno de los admiradores de Andrès, ante la sonrisa resignada del clèrigo.
En los Comuneros ya no es extraño encontrar familiares juntos dentro del mismo movimiento. Y el caso de Andrès no es la excepciòn; pues su primo Josè "Pepe" Rosillo es uno de los grandes combatientes comuneros, y al mismo tiempo puente de comunicaciòn entre el canònigo, y quienes estàn en los campos de batalla jugandose la vida màs arriesgadamente.
-Cuidate mucho primo, recibiras el mando de nuevas tropas; guìalas con el coraje de nosotros los Rosillo; y recuerda que sòmos càsta de valientes -dice Andrès a Pepe con el aprècio de siempre.
-Con la bendiciòn de un cura chevere como tù, Dios me protege. Y aunque pienses que nosotros los guerreros somos los valientes, y ustedes los ideologos no lo son; te equivocas Andrès; ustedes los pensadores, son los primeros que estàn en la mìra de los enemigos; porque el dìa que eliminen las cabezas, ese dìa se derrumba esto como un castillo de naipes.
Y con un fuerte abrazo; los dos primos se despiden frente a la iglesia de Simacota que ha quedado hermosamente restaurada.

Andrès ya se ha mudado de la casa de su hermana, a su nueva casa cural que le ha resultado bastante amplia y acogedora.
Su sobrina Luz de Obando va con frecuencia a encargarse del aseo y demas oficios domesticos de dicha casa cural; ya que a ella le gusta estar cèrca de su tìo para acompañarlo durante esas largas horas en las que èl està solo. Y para Andrès tambien es placentero; aunque le toque hacer un esfuerzo interno disimulado, pero casi inhumano, para poder seguir viendo a su hermosìsima sobrina; exclusivamente como su sobrina; como nada màs.
-Falta muy poco para que yo cumpla mi primer año como pàrroco de Simacota-dice Andrès mientras observa a Luz con un plumero limpiando los modestos muebles de la sala cural.
-¿Y te arrepientes de estar aquì en Simacota, tìo?.
-No; no me arrepiento; aunque haya tenido tiempo suficiente de enterarme de ciertas cosas no santas de este pueblo.
Luz queda silenciosamente sorprendida, ante el comentario del clèrigo.
-¿A què te refieres tìo? -pregunta Luz con sus encendidos y grandes ojos marrones, mientras Andrès asume una gran solemnidad; y sin màs titubèos ni resàbios pregunta con toda la seriedad del mundo.
-¿Es verdad lo que algunas damas con verguenza y envidia de la mala; y lo que algunos caballeros con picardìa y orgullo, murmuran de mi sobrina Luz de Obando?.
Luz disgustada deja caèr el plumero al piso; y colocandose las manos en su cintura, arrogante responde de manera casi retadora.
-Tìo, tù eres sacerdote, y sabes muy bien que las personas inventan cosas.
-Pero yo solamente quiero escuchar de mi sobrina, verdades.
-¿La verdad y nada màs que la verdad? -pregunta Luz en una mezcla de burla y disgusto, y sin desprender su mirada de la mirada de Andrès, que relajandose en una actitud màs comprensiva, cambia su voz a un tono màs amable.
-Los sacerdotes sòmos las personas màs indicadas para guardar secretos.
La respiraciòn de Luz se torna nerviosa.
-Cuando estoy contigo, no me acostumbro a verte como sacerdote. Me cuesta trabajo olvidar que tù eres el hermano de mi mami.
Andrès toma de la mano a Luz y ambos se sientan en el sofa, con una tensa calma mùtua.
-Cuentame tranquilamente què es verdad, y què es mentira; de las habladurìas de todas esas viejas cizañeras -propone cautelosamente Andrès.
-Podrìas escandalizarte, y quedar desde hoy, con una mala impresiòn mìa -reclama Luz mientras trata de desviar su mirada intentando menospreciar el atractìvo que le produce su tìo. Andrès le brinda aùn màs confianza.
-Aunque todavìa soy un hombre joven, y por consiguiente podrìa escandalizarme por cantidad de cosas; estoy dispuesto a escuchar lo peòr de lo peòr, garantizandote que nada, por màs grave que sea, cambiarà el cariño que tengo por mi sobrina.
Luz suspira fuerte como quien descarga un gran peso de consciencia.
-Esta bien tìo; lo que te voy a contar, ni siquiera lo sabe mi madre.
-Y jamàs lo sabrà, porque esta charla serà un secreto entre tù y yo.
-Y te agradezco que asì sea -dice Luz mientras hace una pausa como tratando de ordenar sus pensamientos.
-Yo ya no soy una mujer virgen. Tengo actualmente dieciocho años de edad, y perdì mi virginidad a los catorce, con un teniente español, del que jamàs volvì a saber nada, despues de que yo le entregue mi pureza. Pretendientes nunca me han faltado, y con algunos de ellos tuve aventuras, pero no con todos. Incluso el corregidor de este pueblo, don Pantagruel, me estuvo insistiendo hace un par de años, pero yo lo rechacè tajantemente; y desde entonces ese hombre me odia.
No he sido una santa; pero tampoco soy una pobre diabla. Solamente soy una mujer a la que le tocò madurar antes de tiempo; y aunque soy consciente de que nacì con el dòn de la belleza; a veces quisiera desprenderme de èl, y tener una vida màs desapercibida sin que nadie me estè mirando bien o mal, por el simple hecho de salir a la esquina. Sì!. He tenido algunos hombres en mi vida, unos màs jovenes que otros, unos màs adinerados que otros, unos màs pobres que otros, unos màs caballeros que otros. Pero desde que me tìo, el padre Rosillo llegò como pàrroco de este pueblo; jamàs he tenido con nadie nada-termina de confesar Luz con su cabeza agachada. Andrès con sus dedos le levanta suavemente el mentòn, y observa como el ròstro de Luz de Obando, està con algunas làgrimas escurriendo por sus delicadas y perfectas mejillas que la hacen ver como la màs pùlcra muñeca de carne y hueso, con pòmulos de seda.
-Si todo lo que te acabo de contar, significa que soy puta; entonces te confieso que te tocò una sobrina puta, y nada màs -termina de decir Luz gimiendo mientras que Andrès conmovido la abraza y la recuesta en su pecho, logrando aspirar el olòr a perfume fino emanado del cuello de Luz que llòra en silencio, al mismo tiempo que Andrès delicadamente le seca las làgrimas, y luego le da un par de besos en las mejillas, a su sobrina.
El atractìvo mùtuo continua creciendo. El padre Rosillo ve màs cerca a Luz la mujer, y màs distante a la sobrina. Correspondido, Luz tambien se apega màs a Andrès el hombre, pero se aleja màs del tìo, y toma sìglos de distancia con el sacerdote.

Francisco Rangel el terrateniente grande y poderoso de toda la villa de Simacota y sus alrededores, ha logrado ganarse la amistad del pàrroco, a quien incluso le ha regalado un finìsimo caballo pura sangre para que su reverencia tenga en que movilizarse cuando sus obligaciones clericales le obliguen a desplazarse a las afueras de Simacota, o incluso a los pueblos vecinos. Francisco Rangel siempre ha tenido la fìrme convicciòn de que entre màs limonas dè a la iglesia, y màs obsequios le brinde al cura del pueblo; tendrà màs puertas abiertas para ingresar al reino de los cielos, el dìa que Dios le llame a rendir cuentas. Y es por eso que Francisco Rangel es practicamente quien sostiene la capilla de Simacota, y a su pàrroco el clèrigo Rosillo. Ambos se convierten en formidables amigos; a tal punto que Francisco invita todos los fines de semana, a Andrès y su sobrina, para que pasen las tardes de los sàbados en la hermosa y gigantesca hacienda con sus incontables hectareas de terreno, donde se pueden apreciar majestuosos jardines; cantidades de cabezas de ganado; caballos para todos los gustos; y coloridos frutos variables que sirven de marco a los resplandecientes atardeceres. Y es en esta gran finca, donde Luz de Obando se convierte en una excelente amazona gracias a las jocosas y recreativas clases de equitaciòn que recibe de Francisco Rangel, junto al padre Rosillo. Luz imponente y hermosa mònta con una dòma tal sobre el caballo, que prefiere no montar de lado como lo hacen las mujeres de esta època; sino que mònta de frente; y lo hace con un vestuario que escàndaliza a quienes a la distancia alcanzan a observarla; ya que en el momento de ser una preciosa jineta, Luz de Obando se coloca pantalones britches, y botas altas, que la hacen ver como la màs sublime escultura ecuestre. Andrès y Francisco disfrutan del espectaculo visual tan hermoso que significa verla a ella, adiestrando y montando a caballos de paso, y de las màs variables càstas.
En alguno de aquellos sàbados; Luz, Andrès, y Francisco, como ya se ha vuelto costumbre, cabalgan por los alrededores infinitos de praderas que rodean la hacienda de Francisco; cada uno montado sobre magnifico ejemplar. De pronto de manera còmplice, Luz y Andrès se alejan con cierta ventaja, de Francisco; a tal punto que Francisco los pierde de vista. Y en algùn lugar al aire lìbre, alejados de la hacienda, camuflados los dos en un matorral de pinos y arboles unidos en el màs hermoso valle de verdes que emanan ese olor a naturaleza pura; Luz y Andrès rìen con picardìa cuando imaginan còmo los debe estar buscando por todos los rincones y terrenos de la finca, Francisco Rangel.
Andrès con la expresiòn en su ròstro de hombre enamorado cada vez màs de un imposible posible; observa sonriente, las expresivas facciones de natural seducciòn con las que Luz expresa su felicidad cada vez que estàn en la hacienda del solteròn Francisco Rangel; pero en este sàbado, todo parece fluìr de la manera màs especial y autèntica. Ambos se camuflan, y esconden los caballos, para hacerle la broma a Francisco de que èl no pueda encontrarlos por un buen ràto.
-Padre Rosillo deseo confesarme- dice Luz en una mezcla de seriedad y burla. Y en esa misma actitud, Andrès le responde -Mañana domingo en el confesionario de la iglesia, atenderè confesiones.
-No padre Rosillo; yo deseo confesarme ya, aquì y ahora.
-Mañana, y no se hàble màs del asunto -dice Andrès poniendose un poco nervioso porque no sabe cuales son las reales intenciones de su sobrina Luz, ni tampoco desea averiguarlas.
-O me confiesa ya, padre Rosillo, o me voy en este caballo hasta el pueblo vecino y me confieso con el pàrroco de allà.
-No te pongas cansona Luz.
Luz deseàndo explotar y sin medir las consecuèncias, se acerca asediàndo a Andrès; y dispuesta a no continuar con eso que tiene atragantado y que no la deja vivir tranquila; ella ya no quiere acallar màs.
-Si el amor libre es pecado, entonces en vista de que tù no me quieres confesar, tendrè que ìr hasta el pueblo vecino, y confesarle al cura de ese otro pueblo, que yo me estoy enamorando cada vez màs de un hombre prohibido.
Y ante semejante frase lapidària, Andrès se pone serio, y se da cuenta, de que su sobrina ya no està bromeando. Luz en su actitud retadora, le da una ultima oportunidad.
-Padre Rosillo, yo me confieso.
Andrès suspirando resignado asume su actitud de confesor.
-Està bien; escucho tus pecados.
-Confieso que estoy enamorada de un hombre prohibido.
-Te enamoraste de un hombre casado.
-Sì padre...Estoy enamorada de un hombre supuestamente casado; si es que a eso se le puede llamar verdadero matrimonio.
-¿Podrìas ser màs especìfica?.
-Me enamoro cada vez màs de un hombre que està casado con la iglesia catòlica, apostòlica, romana...Y que es pàrroco de Simacota.
Andrès Rosillo ha quedado atònito, sumergido en el màs profundo silencio; el clèrigo de mil faenas amorosas, esta vez està asustado, infernalmente intimidado; respira temeroso, aturdìdo, sin saber que hacer. En su espìritu, su mente, su cuerpo, su alma; en todo su ser, los sentimientos màs encontrados, heterogèneos, y disìmiles, parecen atacarlo con la màs pujante fuerza, y de la manera màs inmisericorde. Comienza a sudar frìo; y da la sensaciòn de que las palabras no le quisieran salir de la boca; mientras vuelve en sì mismo tomando consciencia de que esta, no es una conquista màs, ni tampoco otra aventura para engrosar su lista de romances que en el pasado èl tomaba tan ligeramente. Andrès Rosillo tambien està cada vez màs enamorado de tan indomable mujer; desde que llegò como pàrroco a Simacota, èl supo que Luz de Obando se convertirìa en su unico, eterno, y màs sagrado amor. Ambos como si fueran dos adolescèntes enamorados se toman asustados de las manos, y los dos con los ojos aguados se abrazan sin pronunciar palabra, y resignados a su suerte, de lo que la sociedad les puede condenar si son descubiertos, pero que aùn asì estàn dispuestos a tomar el riesgo. Luz besando muy tiernamente el cuello de Andrès, le acarìcia el pecho; y el clèrigo inerme como si se le hubiera borrado completamente de la memoria y el alma, el còmo entregarse a una mujer; impàvido acepta su destino. De pronto incorporandose de todo ese remolino de sentimientos, dice en voz muy baja, como si le faltara la respiraciòn...-Tù eres mi sobrina- y Luz de Obando en una mezcla de voz temblorosa, romàntica, y con caracter, sentencia.
-Pero solamente hasta hoy fuì tu sobrina, porque a partir de ahora, serè tu màs grande y sublime amor.
Y con la màs desgarrada e infrenable pasiòn Luz de Obando besa a Andrès Rosillo desesperadamente, y ambos unen sus làbios, con sus lènguas en la màs celestial danza de fuego, conjugado con el delirio de los sentimientos màs desfogados; y como si el tiempo se detuviera, ambos se desnudan mutuamente sin dejarse de besar y acariciar; y hundiendose en los matorrales de pino, Luz y Andrès despojados de toda ropa, y con el unico abrigo del calor de sus cuerpos unidos por la màs fina estìrpe, ambos se entregan infinitamente; hacen el amor con los jadèos màs desesperantes; todo el universo conspirado por la màs divina voluntad suprema, para que se produzca el incesto sàcro, no por aberraciòn ni por inmoralidad, sino por el amor màs puro, ese amor bendiciòn de Dios, aunque mojigatos, puritanos, y demònios de doble moral nunca lo quieran entender.
Sobre el cuerpo acostado boca arriba del canònigo y adulterino, cabalga el cuerpo perfecto de Luz de Obando erguido como divinidad ancestral; su busto empinado como la màs hermosa diosa unica para ser adorada y venerada; sus pezones chupados delicadamente por Andrès; y las caderas de tan hermosa amazona, redondas como la luna llena, y su derriere tan suave como el màs fino terciopelo. Sus destellantes ojos marrones inspiran el màs fàlico deseo de amar y ser amada, produciendo en su clèrigo, orgasmos de aleluyas y glòrias; cùpulas catedrales de lìbido mientras las largas, bien cuidadas, y finas uñas de Luz, lacèran el cuerpo de Andrès que ha penetrado a la que a partir de hoy serà su verdadera y unica dueña; amada hermosa que hace sentir a su sacerdote, llegar al cielo infinito entregandose por siempre a la deidad de su fèmina. Glòria a Dios, y glòria a su màs escultural nirvana de constelaciònes, esfinge de divinidad Luz de Obando.

Horas despues, cuando la noche ya cubre con su manto a toda la comarca y sus alrededores; Luz y Andrès regresan a la hacienda de Francisco que ya estaba preparando una expediciòn de busqueda, con los trabajadores de la finca, creyendo que algo malo le habìa pasado a tìo y sobrina. Ambos agradecen a Francisco la preocupaciòn, y la tarde tan inolvidable que han pasado, con el pretexto tonto de que se habìan perdido.
Luz y Andrès regresan al pueblo con el hermoso recuerdo para siempre, de que el gran amor de ambos comenzò a consumarse en los extensas praderas alejadas, perdidas, y llenas de arbustos de la hacienda màs descomunal y maravillosa de toda la comarca.

A la semana siguiente Luz se abraza con su madre Martina que nostalgica se despide de su hija, ya que de comùn acuerdo, y en esa testarudez maternal de Martina de querer ocultarle a su hija Luz, la extraña enfermedad en la que los pulmones de Martina parecen carcomerse el resto de su cuerpo; Andrès, y Martina han tomado la decisiòn, de que Luz se vaya a vivir a la casa cural para dedicarse en forma a todos los "quehaceres domesticos" de aquèl lugar, y en cierta forma a oficializar el cargo de Luz como mano derecha de la iglesia de Simacota, y asistente personal del padre Rosillo.
Martina està triste, ya que por primera vez su hija se va a independizar, coincidencialmente en la misma fecha exacta en que Andrès cumple su primer año como pàrroco de Simacota. Màs sin embargo Luz consuela a su madre recordandole que tan sòlo estarà a unos cuantos pasos de allì; pues la iglesia queda apenas a un par de calles de la residencia de Martina.
Todo el pueblo enterado de que Luz se va a vivir con su tìo, genera opiniones divididas. Algunos habitantes ven el hecho como lo màs normal del mundo; al fin y al cabo, de todos es sabido que Luz siempre le ha colaborado al padre Rosillo en el transcurrir de la iglesia de Simacota.
"Que mejor que la presencia de su sobrina para alejar al puritano e inocente padre Rosillo de las tentaciones de algunas jovencitas, y solteronas de la villa, que se la pasan fabricando oscuros pensamientos que atentan contra la castidad del virginal canònigo"...Piensan algunas y algunos, mientras se persignan para dar gracias a Dios por tan sàbia decisiòn. Pero al mismo tiempo otros feligreses, apegados a lo màs conservador critican y reprueban dicha circunstancia.
"Por màs parientes que sean, cura es cura, y siempre debe vivir solitario; y mucho menos debe llevarse a vivir a la casa cural a semejante tentaciòn tan bellamente carnal". Y obviamente no pueden faltar los juicios de las solteronas màs amargadas, y los envidiosos màs resentidos.
"Se colò el diablo con faldòn a la casa cural"..."Que Dios se apìade del Padre Rosillo; quièn fuera pàrroco de Simacota!"..."Bien lo dice la biblia: Las prostitutas os precederàn en el reino de los cielos...Aunque seas cura!".



EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
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