lunes, 8 de octubre de 2007

EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS (CAPÌTULO 2)


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
ES UNA OBRA DEBIDAMENTE REGISTRADA
COPYRIGHT BY JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ

(ANTES DE LEÈR ESTE CAPÌTULO 2 ; LEE PRIMERO EL CAPÌTULO ANTERIOR; LO ENCONTRARÀS MÀS ABAJO; Y EN EL LINK DE ENTRADAS ANTIGUAS)


EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS

NOVELA ORIGINAL: JORGE JIMÈNEZ FLÒREZ


CAPÌTULO 2


Es en la lejana, poco poblada, pero acogedora y pequeña Villa de Simacota dònde el canònigo Rosillo serà enviado en los pròximos dìas, y es allì donde èl sacarà adelante su primera parroquia. Esta noticia produce en Andrès una mezcla de sentimientos encontrados. Por un lado la nostalgia de irse de una ciudad que èl aprendiò a querèr como es Santa Fe de Bogotà...Pero por otro lado la alegrìa que le produce; pues es en la poblaciòn de Simacota donde Andrès tiene a sus dos unicos familiares màs cercanos: Su hermana mayor Martina a la que no ve desde hace màs de quince años, y cuya unica comunicaciòn en ese mismo periodo ha sido por carta. Y a su sobrina, a la que tampoco volviò a ver desde que ella era una bebita.

A paso lènto, dificil, y andando varios dìas por caminos de herradura, a lomo de mula, y con todo su pesado equipaje, y un par de muebles preferidos; Andrès procedente de la ya lejana Santa Fe de Bogotà, va llegando a Simacota. Acompañado de un par de esclavos y algunos indìgenas que parecen màs indigentes que indìgenas, pero que sirven de guìas y ayudantes en el tediòso viaje.

En la entrada de la rùstica Simacota, el pueblo se va agolpando, a la vez que genera la correspondiente expectativa, por la llegada del nuevo pàrroco. Las autoridades locales encabezan la espera para darle al nuevo cura de la villa, la màs cordial bienvenida; y claro està; tambien se pueden apreciar los curiosos que no entienden mayor cosa de lo que està ocurriendo, pero que no pueden faltar.
De pronto una anciana loca y limosnera, grita delirante.
-Abran paso que ya llega el nuevo pàrroco; bendita sea la divina providencia, bendito sea el nuevo enviado del señor; ahora sì que tiemblen las poseìdas por el demònio y los hijos del pecado que se reconocen a la lègua por el olòr a azufre!!! -exclama la pobre infeliz mientras ya se observa a lo lejos al canònigo Rosillo y sus acompañantes que son recibidos por los habitantes de Simacota, con aplausos y matracas...Andrès reparte sonrisas y bendiciones a diestra y siniestra; luego la caravana de mulas se detiene en la plaza principal donde se han ubicado los màs altos dignatarios del pueblo, entre los que se encuentra el "distinguidìsimo" señor corregidor de Simacota, Pantagruel Madrazo, un español de la peòr calaña, de esos de mal gusto, que solamente se baña sagradamente una vez por semana; y exdelincuente en la peninsula iberica, que llegò a estas tierras de Indias, en uno de esos barcos que desde España el rey envìa a Amèrica para deshacerse de toda esa basura humana que apesta las màs "dìgnas" càrceles españolas. Sin embargo este corregidor de Simacota es astuto, y obviamente, desea y debe tenèr buenas relaciones con la iglesia, aunque èl no sea muy creyente; es lambòn por conveniencia, de falsa humildad, y practicamente es el representante directo de la corona y las leyes, en esta poblaciòn que hoy se ha adornado de fiesta y jubilèo, para recibir a su nuevo representante de Dios en tan olvidada villa.
-Reciba usted el màs cordial saludo de la Villa de Simacota, que acoge con fiesta y don de gentes, a su reverencia don Andrès Rosillo; y tambien nos llenamos de gloria ajena, de sabèr los lazos familiares que lo unen a esta humilde morada- dice el corregidor.
-Que Dios los bendiga a todos en esta tierra cristiana y catòlica de Simacota, y gracias por tomarse la molestia de recibirme...Por lo que me doy cuenta, mi nombre ya se pronuncia en estos rincones desde antes de mi llegada.
-Soy el corregidor de Simacota Pantagruel Madrazo; es mi debèr vivìr pendiente de todo lo que aquì pase, y del bienestar y tranquilidad del nuevo pàrroco.
Andrès desciende adolorìdo de la mula que lo tràe, y observa a su alrededor con curiosa extrañeza los pequeños cambios que ha tenido Simacota, tierra que èl no visitaba desde que era niño.

El corregidor y el canònigo caminan por la unica plaza mientras conversan de todo un poco; los escasos habitantes observan al nuevo cura con cierta mezcla de intriga, desconcierto, y comentarios en voz baja; incluso algunas de las mujeres que se han colocado sus mejores vestidos para tan pueblerino recibimiento, tienen que disimular los escalofrìos que con suspiro incluìdo les produce el ver a un clèrigo tan guapo, y de finas maneras.
El corregidor explica a Andrès quienes son los habitantes màs sobresalientes de la villa, luego le señala a lo lejos las quintas màs prestantes, y despues caminando por las dos unicas calles del pueblo le enseña las casas màs lujosas, y los ranchos màs destacados. Andrès recuerda algunas de las familias que el corregidor le nombra, pero con respecto a otras, simplemente el canònigo se limita a escuchar a Pantagruel que va presentandoles uno a uno, los habitantes mejor trajeados que van apareciendo a la deriva, saludando con vènia a su nuevo cura.
Y de manera muy tìmida aparece en ese atardecèr, el terrateniente màs adinerado de todo Simacota y sus alrededores; solteròn, tìmido, solitario, y demasiado adinerado.
-Padre Rosillo, permitame presentarle al hijo màs ilustre de esta villa, y de gran parte de fuera de ella: El ilustrìsimo don Francisco Rangèl; hombre devoto cuyas generosas limosnas, son las que han permitido sostener en pie y con cierto lujo austèro a la iglesia de Simacota que se nos ha intentado caèr en màs de veinte ocasiones, pero que gracias a Don Francisco, como usted puede observar, la iglesia de Simacota, es una de las màs bellas que existe en la regiòn aunque por algunos lados ya se vea un poco deteriorada; y aùn asì, causa inclusive envidias, por parte de ciertos pueblos vecinos- dice el corregidor, presentando asì al unico adinerado del pueblo, ante el padre Rosillo.
Francisco Rangèl con la timidez que lo caracteriza, solamente atina a decir.
-Que nuestro señor Jesucristo bendiga a Simacota y a su nuevo pàrroco. Pido a su reverencia me conceda el honor de ser el primer habitante de este pueblo en recibir su bendicion personal- Francisco se arrodilla ante Andrès mientras este lo persigna dandole una calurosa y sonriente bendiciòn.

El corregidor y el canònigo continuan su camino por la pequeña Simacota; cuando de pronto el ròstro de Rosillo expresa una sonrisa còmplice que el corregidor Pantagruel comprende muy bien.
-Hemos llegado al lugar que, estoy seguro, màs estaba anhelando su reverencia; el de su distinguida hermana, doña Martina Rosillo- dice el corregidor.
Da la sensaciòn de que la bonita y sencilla residencia se encuentra sòla, y evidentemente lo està; hasta que se acerca un carruaje tirado por dos fuertes caballos. En el carruaje se transportan dos elegantes damas que no se percatan de estar siendo observadas por Andrès y Pantagruel a prudente distancia. El carruaje se detiene, y luego deciende de èl primeramente Martina. El canònigo no puede aguantàr màs la emociòn, y se expresa en voz alta.
-Apuesto a que jamàs habìas visto a tu hermano con sotana!.
Martina que està de espaldas a la voz que escucha, voltèa, observa silenciosa y sorprendiendose poco a poco, a medida que va reconociendo con sus ojos lagrimeados a su hermano menor, a quien vè por primera vez, vestido de sacerdote. Martina profundamente conmovida se acerca; gimiendo acicàla a Andrès y le acarìcia sus mejillas.
-Andresito, ya eres todo un hombre, sacerdote catòlico, apostòlico y romano; que honor y que orgullo para todo el que sea Rosillo; ya tenemos cura en la familia. Y por primera vez en mi vida, voy a darle el abrazo màs fuerte a un clèrigo.
Y en una mezcla de tìmida risa y con sus ojos aguados, Andrès y Martina Rosillo se abrazan como los hermanos que solamente el tiempo se habìa visto obligado a separar...Martina llora emocionada mientras el abrazo de ambos parece eterno...Es ese abrazo sin palabras de la hermana mayor que tuvo que terminar de criàr al hermano menor; y del hermano menor, que la considerò desde siempre su segunda madre; Martina es dieciocho años mayor que Andrès. El corregidòr presencia discretamente el dulce reencuentro de ambos.

Años atràs Martina tuvo un romance con un extraño hombre llegado de Carora-Venezuela, pero que habìa nacido en Alemania; uno de esos europeos que se hacia pasàr por expedicionario, y que jamàs se supo, expedicionario de què o de quièn, y con un apellido alemàn tan enrredadamente impronunciable; era algo asì como Detransgerbandorf o algo parecido; el caso es que todo mundo al intentar pronunciar su impronunciable apellido, terminò diciendole "señor Deobando"; y cuando este personajillo, aprendiò a escribir algunas palabras en español, decidiò darle a su enrredado apellido alemàn, una seudotraducciòn dìgna de todos esos europeos varados que para darse màs distinciòn y màs abolengos y pergaminos de falsa sangre-azul, entonces prefirieron colocarse las palabritas "y", "de", y demas; inventando que eran descendientes directos y jamàs indirectos de algùn rey, cònde, dùque, principe y demas. Asì que de esa manera quedarìa registrado ante la colonia española del Reino de la Nueva Granada, el apellido escrito por separado: "DE OBANDO"; adonde este alemancito habìa llegado sin una sola moneda, una mano atràs, y la otra adelante, pero con pinta de europeo buenmozo; en aquellos años juveniles de Martina en los que ella se dejò engatusàr por la moda provinciana de tenèr romance con algùn extranjero que en Europa podìa ser de la màs baja clàse social; pero que aquì en el nuevo mundo de Amèrica, podìa disfrazarse de aristòcrata aunque no tuviera en que caèrse muerto. Sin embargo le daba distinciòn a la mujer criolla y bella que se dejara embaucar; ademas del estatus de apellido extranjero, aunque su pronunciaciòn fuera un completo trabalenguas.
Fruto del frìvolo romance entre Martina Rosillo, y el tal señor "De Obando", habìa nacido una bebita a la que bautizaron con el nombre de Luz...Luz De Obando y Rosillo. Pero Luz practicamente no pudo conocer a su padre, porque este muriò al año, vìctima de un asalto camino de regreso a Simacota, cuando èl se enfrentò a los asaltantes negandose a entregarles las mercancìas de cachivaches, juguetes, y ropa que el salìa a vendèr en las comarcas y villas vecinas.

Ahora Luz de Obando tiene diecisiete años de edad, y toda su vida la ha pasado al lado de su madre Martina...Las dos siempre han vivido juntas, uniendo sus respectivas soledades.
Sin percatarse del largo abrazo que Andrès y su hermana Martina se dan con gran fuerza. Luz baja del carruaje, dando la espalda a su madre y su tìo.
-Hija, mìra quièn llegò por fin, despues de que llevabamos sus dìas con sus noches esperandolo...Ven y saludas a tu tìo Andrès; hoy convertido en un gran siervo de Dios, y el nuevo pàrroco de Simacota- dice Martina con su voz todavìa emocionada- Andrès, por si no la recuerdas, ella es tu sobrina Luz de Obando y Rosillo; hoy convertida en toda una señorita, como puedes observarla.
Luz con gran espigue da media vuelta y queda de frente a Andrès sorprendido fijando su mirada en los ojos de Luz, que tambien se asombra al ver al hombre màs guapo que ella haya visto en la vida...Luz y Andrès han quedado sin palabras, estàn extasiados por la atracciòn mùtua que les genera este encuentro. Luz de Obando es la mujer màs hermosa que Andrès haya visto en toda su existencia; y èl a su vez es el hombre que a sus veintinueve años de edad, y con su porte latino, ha logrado que a Luz se le mueva el mundo a su alrededor, como si todos los terremotos y maremotos se hubieran juntado para suceder el mismo dìa, pero a la velocidad del fuego.
Con tan solo diecisiete años de edad, Luz de Obando es una mujer de majestuosa belleza; imposible de pasar inadvertida por su descomunal hermosura de un metro con ochenta de estatura, heredada de su desaparecido padre. Ella de tèz blanca,e imponente con ese cuerpo tan finamente escultural y hermoso, que solamente se puede lograr con la mezcla de la sangre criolla neogranadina aportada por la madre, y la sangre europea alemana aportada por el padre. Lo que convierte a Luz de Obando en la màs altiva diosa angelical que ha aparecido en la vida de Andrès Rosillo...Y que como toda belleza fèmina, puede ser una bendiciòn del mejor Dios de los cielos...O una maldiciòn del peòr diablo de los infiernos.
El clìma ameno y agradable ayuda a la impactante imagen de Luz, cuando el viento refrescante de Simacota ondèa la larga y exòtica cabellera negra de Luz de Obando, que embellece aùn màs el contraste con sus iluminados ojos marrones.
Màs que una adolescente de diecisiete años, Luz ya es toda una majestuosa mujer glamourosa, coqueta, y apasionada entre otras virtudes. Ahora si ha llegado el verdadero amor de Andrès Rosillo...El màs puro, autèntico, honesto, y eterno amor, del canònigo y adulterino don Andrès. Luz es màs real que la vocaciòn de Andrès; y con una diferencia de edad que serìa bien vista, sino es por la broma pesada del destino, o el despotìsmo del universo, que comienzan a sumergìr a Luz de Obando y Andrès Rosillo en la màs cruda y nefasta realidad que amor sublime alguno pueda tenèr. Ni el mismo clèrigo imaginò jamàs, que su unico y màs sagrado amor serìa su propia sangre: Andrès es el tìo, y Luz su sobrina.
Pero resistirse y renunciar a la altiva beldad de Luz de Obando, es igual a morirse sin amar, y a desaparecer sin haber sido amado.

Entrada la noche, Martina, Luz, y Andrès cenan agradablemente y recuerdan viejos tiempos. La dicha de Martina y su hermano por su reencuentro, los vuelve a convertìr en los dos mejores compinches que siempre fueron en el pasado. Y despues de retirarse un momento de la mesa, Luz regresa llevando en una bandeja de plata, copas de vino que Martina y Andrès reciben gustosamente.
El canònigo observa a su sobrina con una gran ternura, pero ella no corresponde a sus miradas porque està pendiente de servìr la dulce bebida con el cuidado de que no se vaya a derramar; mientras Andrès aprècia las delicadas manos de Luz como poeticos pètalos de orquìdeas; su rostro maquillado con gran austeridad, belleza y simpleza, como si fuera una leona en cèlo.
-¿En què piensas Andrès?- pregunta Martina.
-Solamente recordaba hace años, la ultima vez que vì a Lucecita; era tan solo un bebita diminuta que acababa de nacèr- dice Andrès mientras que Luz ahora sì lo observa- Te veìas tan fràgil sobrina, y tu madre se angustiaba porque a veces no te escuchaba respirar...Y hoy que te he vuelto a ver, eres toda una increible señorita, y muy hermosa por cierto.
-Ay tìo, cuidado con esos comentarios...¿Que tal una excomuniòn?- pregunta Luz ante la risa de Martina y Andrès.
-Todo lo contrario; de hoy en adelante agradecerè a Dios, el haberme dado una sobrina de belleza tan sinigual.
La cèna de bienvenida a Andrès, ha sido un delicioso cabrito asado; y la noche se convierte en la mejor complice para que Luz escuche a carcajadas còmo Martina y el canònigo recuerdan las pilatunas que Andrès de niño, le hacìa a su hermana mayor.

Sin embargo, aunque Luz de Obando tenga escasos diecisiete años, en todo Simacota, desde hace algùn tiempo se rumoran verdades y falsedades sobre las andanzas poco santas de esta jovencita, que por habèr sido educada sin la presencia de su progenitor, sino unicamente con la tutorìa de su madre, Luz tiene en la villa, una mala fama de brincona, dìscola, y sinverguenza; incluso se rumora que ya no es virgen, y que cambia de hombre, como cambiar de ropa. Se dice que hasta el corregidor Pantagruel Madrazo, le estuvo coqueteando, pero Luz ni siquiera lo miraba, nunca lo determina; lo que le ha valido que este le tenga desde hace tiempo cierta bronca a Luz, segùn algunos, mujer de variados caballeros, y de vàrios seudocaballeros..."Que Dios nos ampare".
Verdad o mentira; de hoy en adelante, a todos esos rumores hay que bajarles el tono porque ahora se trata de la sobrina del nuevo cura de Simacota; y sobrina de cura, es casi sagrada aunque su reputaciòn estè en entredicho; y aunque nadie quiere exponerse a ninguna excomuniòn por parte del canònigo Rosillo, aùn asì algunas señoras del pueblo piensan para sus adentros..."Lo que nos faltaba; que porque ahora es la sobrina del cura, de la noche a la mañana la tenemos que graduar, de puta a santa".

A la mañana siguiente el canònigo Andrès Rosillo toma posesiòn formalmente de la parroquia de Simacota. Y como es de esperarse, la pequeña iglesia està atestada de gente, porque hasta de las veredas circunvecinas, todos han venido a conocer personalmente al joven y nuevo cura, como si se tratara de un espectaculo de feria, o de un ser venido quien sabe de que galaxia. Andrès ofìcia su primera misa en la villa, y cèntra su sermòn en mantener la tranquilidad y la paz del pueblo, tal y como èl la ha encontrado, y tambien les recuerda la uniòn que debe existir en cada familia de Simacota. Luz y Martina orgullosas de su pariente, estàn sentadas en primera fìla, y guardando una prudente distancia en la misma fìla, se encuentran el señor corregidor, el terrateniente Francisco Rangel, y demas personas que se consideran importantes en la pequeña regiòn.
Observar al padre Rosillo es novedoso para la mayorìa, pues el pàrroco anterior fue un anciano que en sus ultimos años habìa estado mèdio sordo, mèdio ciego, mèdio mudo, mèdio olvidadizo, y exageradamente dormilòn; se quedaba dormido en plena eucaristìa; y era tal su enagenado estado se salud, que en sus ultimos mèses de vida, solamente oficiaba mèdia misa al mes; la otra mèdia la tenìa que terminar de oficiar el sacristan de turno. Una vez ese antiguo y anciano cura, se quedò dormido para siempre, y demoraron semanas para realizarle las exèquias, hasta que el correspondiente obispo logrò convencer a un cura de un pueblo vecino, para que se dignara ìr a Simacota, y dàrle cristiana sepultura al nonagenario sacerdote.
En realidad son muy pocos los voluntarios sacerdotes que se le miden ìr a Simacota; no por la lejanìa, sino en realidad porque esta es una villa que tiene como unica vìa de accèso el màs lodasado camino de herradura, a la que exclusivamente se llega atravesando literalmente potrero y barrizal movedizo a la vez.
Andrès Rosillo aceptò gustoso ser el nuevo pàrroco, pero por su hermana y sobrina que viven allì; porque de lo contrario tampoco hubiera aceptado de muy buena manera radicarse allì como el nuevo consejero espiritual de la comarca.
Por eso el nuevo clèrigo con sus ìmpetus de juventud, despierta nuevamente el fervòr religioso de Simacota; al fin y al cabo èl es dìgno ejemplo de la nueva generaciòn de sacerdotes, con ganas de revolucionar, vivir intensamente, y si es el caso, sobrevivir intensamente.
Y una vez enterado de la finanzas de la parròquia, principalmente gracias a las jugosas limosnas de Francisco Rangel, Andrès dispone todo para remodelar y pintar la iglesia, junto con la casa cural; y mientras se realizan las reformas arquitectònicas, el clèrigo vivirà en casa de su hermana y sobrina; y las misas se realizaràn al aire libre en la plaza principal de Simacota. La iglesia quedarà convertida en la màs hermosa de la regiòn, a varios kilometros a la redonda; y serà todavìa màs orgullo de sus feligreses.
Hasta ahora, solamente hay un hecho que a Andrès no le ha gustado, desde que llegò a este pueblito, pero es un hecho que el canònigo tiene que disimular con diplomàcia eclesiàstica; y son las habladurias como secretos a viva voz junto con comentarios obscenos, que se hacen a lo largo y ancho de Simacota; con respecto a su sobrina Luz de Obando...Andrès ha tomado consciencia de que tendrà que aprender con la paciencia de todos los santos, a lidiàr con esa situaciòn.

Terminado el almuerzo con un sol resplandeciente y un sofoco que presàgia una tarde bastante calurosa; Martina, Luz, y Andrès comentan con beneplàcito, como ya se està volviendo costumbre, la misa matutina con la que Simacota va aceptando poco a poco con el transcurrìr de los dìas al padre Rosillo, como rector de la moral y las buenas costumbres, de este pueblo sumergido en el mapa, y que en realidad es dificil encontrarlo en los pocos mapas que existen de dicha regiòn neogranadina .
Martina se levanta de la mesa, llevando los platos a la cocina. Andrès y Luz quedan a sòlas conversando sobre las frivolidades de la villa, ya que como siempre, la trivialidad es la mejor forma de reposar el almuerzo, hablar mal de pròjimo, y expresarse peòr, de las mujeres de los pròjimos. Sin embargo Andrès aprovecha parte de la charla para indagar con cariño a su sobrina, aunque en el fondo, a èl le molesta màs que aburrirle, confirmar que sean ciertas las malas andanzas de Luz; pues ella se ve tan angelical, y tan inocente, que al clèrigo le cuesta mucho trabajo creèr que sean ciertas, y màs cuando han llegado a oìdos de Andrès, unicamente por aquellas lènguas viperinas que entonan los chìsmes no santos, que de Luz de Obando se comentan en toda Simacota, como picarescos y morbosos secretos a viva voz.
-¿Sobrina; por què tengo la impresiòn de que tù eres en cierto modo, diferente?-pregunta Andrès con una mirada còmplice -diferente con relaciòn a las damas de Simacota; te lo digo, porque practicamente en las semanas que llevo aquì, no te conozco ninguna amiga, aunque sea, alguna confidente de tu edad.
-Tal vez tengas razòn tìo; soy diferente, y no soy muy amiga de tener amigas; muchìsimo menos me llama la atenciòn hacer amistad con las mujeres de este pueblo...Sàlvo mi mamà, las mujeres de este pueblo se hunden màs en las envìdias, y las amarguras -dice Luz tratando inutilmente de evadir el tema.
-¿Y por què supones que las mujeres de este pueblo te envidian?.
-Pues segùn dicen, la naturaleza me dotò de cierta belleza diabòlica, como dicen todas estas desdichadas de Simacota.
-Y en realidad sì eres muy bonita; pero la belleza es un don de Dios; y no tiene nada que ver con ningùn diablo.
-Ojala les dijeras eso mismo, a todas esas santurronas cizañeras que van todos los dìas a tu misa, y entran a la iglesia, mirando por encima del hombro y con antipatìa a todo mundo, como si ellas fueran las dueñas de la moral, y ya tuvieran el cielo ganado.
-¿Sobrina; tienes algùn pretendiente por ahì escondido?...
Luz permanece en silencio sin estar segura de lo que quiere responder; pero despues de algunos segundos, contesta con cierta timidez.
-Tal vez soy muy exigente; tal vez el hombre con que sueño, no existe en ninguna parte; en fin, no tengo nada formal con nadie -termina de aclarar Luz mientras intenta levantarse de la mesa, pero Andrès suavemente coloca su mano sobre la mano de Luz, dandole a entender, que la charla no ha terminado.
-¿Què exiges de los hombres?.
-Nada en especial; que no confundan caballerosidad con hipocresìa; que me dejen seguir siendo lìbre, como siempre lo he sido; que no den credito alguno a la cantidad de cosas que se dicen de mì.
Andrès interrumpe con ansiedad disimulada.
-¿Y todas esas cosas que se dicen de mi sobrina, son ciertas o falsas? -pregunta el clèrigo ante el enrrojecimiento de verguenza y angustia de Luz.
-Tù tienes tu verdad; yo tengo mi verdad; cada quien tiene su verdad.
Y ante semejante respuesta tan evasiva; Luz y Andrès quedan en silencio mientras se miran fijamente a los ojos...La mirada de ambos pareciera plantear màs misterios que cualquier otra cosa...Y Luz se siente tan abochornada que decide romper ese eterno silencio de segundos, con un comentario entre sèrio y jocoso.
-Tambien exijo de los hombres; que sean apuestos; que tengan un rostro amable, que tengan carisma; y en lo posible mirada de àngel -responde Luz como si màs que una respuesta, estuviera describiendo la fisionomìa de Andrès.
Pero Andrès no està dispuesto a celebrarle, ni a reprocharle el comentario; simplemente ahora es èl, el que asume una actitud escurridiza.
-Tienes razòn sobrina; eres muy exigente -dice Andrès, retirandose a su alcoba, con sus manos sudorosas, y su respiraciòn agitada.

Ya en la tina de su bañera; Andrès como disgustado consigo mismo; baña su cuerpo, màs como si estuviera bañando su alma, y como negandose a si mismo los pensamientos malos y buenos de toda indole, que su sobrina le produce; y que con el simple hecho de tocar su mano, puede provocar en el clèrigo, la màs terrible cascada de toda clase de sentimientos. Es como si el destino se hubiera confabulado, para cobrarle al padre Rosillo, todas sus conquistas juveniles pasajeras. Aunque Luz de Obando; no es nadie pasajero; es su sobrina; es la hija de su hermana Martina; y semejante parentesco familiar es lo que produce en Andrès Rosillo, el dolor espiritual màs terrible. Es como si el universo hubiera decidido castigar al canònigo Andrès Rosillo, poniendole en bandeja de oro, la belleza descomunal y majestuosa de su sobrina Luz de Obando. Es una mezcla de luz y oscuridad, donde el clèrigo preferirìa estarse enamorando de la hija del mismìsimo diablo, ya que por lo menos, con la hija del diablo, no existe ningùn parentesco.

En la madrugada, Andrès es despertado, al escuchar en la alcoba de su hermana, la chillìda respiraciòn ahogada de esta. El clèrigo ingresa a la habitaciòn de Martina, y la encuentra pàlida, con su boca exageradamente abierta, y apretandose el pecho con las disminuìdas fuerzas de sus manos. Andrès ayuda a reincorporar a su hermana, que le hace señas desesperadas para que èl cierre la puerta, y que el sonido de su respiraciòn forzada no llegue hasta la alcoba de Luz.
-¿Pero què te pasa mujer?...¿Como es posible que viviendo contigo, y viendote todos los dìas, no me haya dado cuenta de que estàs enferma? -pregunta Andrès disgustado consigo mismo, y recostando a Martina en su pecho. De la mejor manera Martina hàbla dificilmente pero haciendose entender.
-No quiero que nadie sepa de esto...Desde hace algùn tiempo, me dan estos ataques donde los pulmones me quèman tanto, que siento como si se me estuvieran asando en una hoguera.
-¿Y por què no has ìdo al mèdico; has consultado con èl? -pregunta Andrès refiriendose al doctor Hernandez que es el mèdico, dentista, homeopata, hierbatero, vegetarista, y todero de Simacota.
-Claro que sì. Voy todas las semanas. Y lo que tengo es un secreto entre èl y yo; y a partir de ahora, tù tambien lo sabes.
-¿Saber què?...¿Què enfermedad es la que tienes?.
-Los mèdicos no saben exactamente què ès.
-¿Mèdicos?..Acaso, ademas del doctor Hernandez, quièn màs te ha estado examinando?.
-El doctor Morales, mèdico de El Socorro.
-¿Y te han dicho, què tan grave es lo que tienes?.
-No!; es imposible que me lo digan a ciencia cierta. Pero tranquilizate Andrès; estos ataques son asì; se van tan de repente como llegan.
Martina tratando de levantarse un poco para quedar màs sentada; apreta con fuerza las manos de Andrès.
-Andrès; no quiero que Luz se entere de mi enfermedad, sea cual sea esa enfermedad, no quiero que ella lo sepa. Me quiere tanto que es capàz de venirse a dormir conmigo aquì en el cuarto y cuidarme dìa y noche; pero yo no quiero creàr esa dependència.
-No te preocupes; pero de ahora en adelante me vas a informar constantemente de las medicinas que te dictamine el doctor Hernandez, o el doctor Morales. Yo me comprometo a conseguirte todos los medicamentos que sean necesarios -dice Andrès mientras le da un beso en la frente a su hermana mayor y segunda madre. De repente Martina apreta con fuerza las manos de Andrès, y asume una solemnidad pasmosa.
-Mi adorado Andrès, mi consentido hermano menor; nunca te he pedido nada en la vida, pero esta vez me veo en la penosa obligaciòn de pedirte un favor que no es fàcil.
-Tù sabes Martina, que siempre cuentas conmigo incondicionalmente.
-Quiero que me prometas, que si me llego a morir sin ver a mi hija Luz bien casada; si mi hija queda sòla, sin mì; tù te encargaras de velar por ella. Es tu sobrina; y es una buena muchacha; solamente que a veces es un poco alocada; algo normal porque apenas es una jovencita; dama pero jovencita. Si yo muero, por favor no me la vayas a desamparar.
-Es que yo te prometo desde ya; y aunque continues viva por muchos años màs, como estoy seguro, que asì ocurrirà; que jamàs las voy a desamparar a ustedes dos; de eso puedes tener la màs completa seguridad.
-Hum!..Tù dices que voy a vivìr muchos años màs...Lamento comunicarte, que mis pulmones no estàn de acuerdo contigo.
-Es que tù no moriràs cuando lo digan tus pulmones; tu, yo, y todos, morimos cuando lo disponga Dios.
Y brindandole un abrazo de hermano y amigo, Andrès refugia a su hermana, dàndole esperanza, y animandola a seguìr adelante; mientras pasan segundos de silencio en los que Martina respira ya con menos palidèz.
-Heredò parte de la belleza de la abuela Senaida -dice Martina escuetamente.
-¿Còmo dices? -pregunta Andrès totalmente desentendido. Pero Martina le aclara...-Mi hija Luz, tu sobrina; heredò cierta belleza de la abuela Senaida. Tù no conociste a nuestra abuela Senaida, pero cuando veo a Luz, con ese pòrte de gitana fina, me acuerdo inmediatamente de la abuela Senaida porque asì de hermosa era; y le llovieron pretendientes en cantidades.
-La abuela Senaida; tienes razòn, nunca la conocì, pero siempre la oìa mencionar.
-¿Me prometes que cuidaràs a Luz cuando yo muera?.
-Te lo prometo; siempre y cuando dèjes todo en manos de Dios.
-Lo bueno de Dios, es que nos envìa la muerte sin avisar -termina de decir Martina mientras que asì recostada en el torso de Andrès vuelve a quedarse dormida por un buen rato.

El ambiente se caldèa en Amèrica entera. En Europa ha estallado la revoluciòn francesa con todo exito; y esto no puede ser indiferente para los comuneros criollos. El canònigo traduce del francès al español, periodicos y revistas que tardiamente llegan del viejo continente. Una vez traducidos, se reparten clandestinamente arengas, editoriales, pasquines periodisticos, y demas comentarios que hablan categoricamente del triunfo de la revoluciòn francesa, y al mismo tiempo la derrota de dicha monarquìa, y como tambalèan las demas monarquìas europeas. Todo esto influye profundamente en los neogranadinos, sobretodo en aquellos criollos que forman parte de Los Comuneros.
A manos de Andrès Rosillo ha llegado un ejemplar en clàsico frànces de, LOS DERECHOS DEL HOMBRE; le piden que los traduzca, y èl lo harìa con gusto; sino fuera por otro revolucionario que ya lo està traduciendo en el màs completo secreto y hermetismo. Ese estupendo traductor se llama Antonio Nariño; e incluso el canònigo le confiesa a algunos de sus compañeros Comuneros.
-El frànces que domina a la perfecciòn Nariño, es màs fluìdo que el mio. Estoy seguro que la traducciòn que èl haga serà visceral, històrica, y para siempre; no les quepa la menor duda -dice Andrès con una vehemencia conmovedora.
En toda la Nueva Granada circulan ya dos ejemplares de LOS DERECHOS DEL HOMBRE escritos en frànces; un ejemplar ya està en manos de Antonio Nariño; y el otro tambien lo guarda secretamente el canònigo Andrès Rosillo; es por eso que los Comuneros ya han tomado una decisiòn tajante, definitiva, y peligrosa:
Si Antonio Nariño llega a ser capturado o muerto sin haber terminado la totalidad de la traducciòn de Los Derechos del Hombre; entonces Los Derechos del Hombre seràn traducidos al español-castellano por la segunda opciòn, y as bajo la manga de los insurgentes neogranadinos: Andrès Rosillo.
Con el transcurrir de los dìas, el canònigo se convierte cada vez màs en uno de los màs fervorosos ideologos comuneros; sus seguidores que tambien forman parte del insurrecto movimiento, crècen en nùmero y en calidad de gèntes, apoyando al clèrigo con gran ahìnco.
Se presentan fuertes batallas entre Comuneros y españoles. Y aunque Andrès expresa su deseo de participar en dichos combates, no se lo permiten; ya que los Comuneros necesitan a Andrès vivo, para que siga siendo un gran pensador, ideologo, y planificador de grandes golpes en contra de los Chapetones.
-Padre Rosillo, usted es Comunero ideologo; no Comunero Guerrero; lo necesitamos vivo para que nos siga aconsejando, y nos salve de la càrcel y del paredòn, en su calidad de abogado defensor. Y sobretodo, lo necesitamos para pensar, mientras los demas peleamos -dice uno de los admiradores de Andrès, ante la sonrisa resignada del clèrigo.
En los Comuneros ya no es extraño encontrar familiares juntos dentro del mismo movimiento. Y el caso de Andrès no es la excepciòn; pues su primo Josè "Pepe" Rosillo es uno de los grandes combatientes comuneros, y al mismo tiempo puente de comunicaciòn entre el canònigo, y quienes estàn en los campos de batalla jugandose la vida màs arriesgadamente.
-Cuidate mucho primo, recibiras el mando de nuevas tropas; guìalas con el coraje de nosotros los Rosillo; y recuerda que sòmos càsta de valientes -dice Andrès a Pepe con el aprècio de siempre.
-Con la bendiciòn de un cura chevere como tù, Dios me protege. Y aunque pienses que nosotros los guerreros somos los valientes, y ustedes los ideologos no lo son; te equivocas Andrès; ustedes los pensadores, son los primeros que estàn en la mìra de los enemigos; porque el dìa que eliminen las cabezas, ese dìa se derrumba esto como un castillo de naipes.
Y con un fuerte abrazo; los dos primos se despiden frente a la iglesia de Simacota que ha quedado hermosamente restaurada.

Andrès ya se ha mudado de la casa de su hermana, a su nueva casa cural que le ha resultado bastante amplia y acogedora.
Su sobrina Luz de Obando va con frecuencia a encargarse del aseo y demas oficios domesticos de dicha casa cural; ya que a ella le gusta estar cèrca de su tìo para acompañarlo durante esas largas horas en las que èl està solo. Y para Andrès tambien es placentero; aunque le toque hacer un esfuerzo interno disimulado, pero casi inhumano, para poder seguir viendo a su hermosìsima sobrina; exclusivamente como su sobrina; como nada màs.
-Falta muy poco para que yo cumpla mi primer año como pàrroco de Simacota-dice Andrès mientras observa a Luz con un plumero limpiando los modestos muebles de la sala cural.
-¿Y te arrepientes de estar aquì en Simacota, tìo?.
-No; no me arrepiento; aunque haya tenido tiempo suficiente de enterarme de ciertas cosas no santas de este pueblo.
Luz queda silenciosamente sorprendida, ante el comentario del clèrigo.
-¿A què te refieres tìo? -pregunta Luz con sus encendidos y grandes ojos marrones, mientras Andrès asume una gran solemnidad; y sin màs titubèos ni resàbios pregunta con toda la seriedad del mundo.
-¿Es verdad lo que algunas damas con verguenza y envidia de la mala; y lo que algunos caballeros con picardìa y orgullo, murmuran de mi sobrina Luz de Obando?.
Luz disgustada deja caèr el plumero al piso; y colocandose las manos en su cintura, arrogante responde de manera casi retadora.
-Tìo, tù eres sacerdote, y sabes muy bien que las personas inventan cosas.
-Pero yo solamente quiero escuchar de mi sobrina, verdades.
-¿La verdad y nada màs que la verdad? -pregunta Luz en una mezcla de burla y disgusto, y sin desprender su mirada de la mirada de Andrès, que relajandose en una actitud màs comprensiva, cambia su voz a un tono màs amable.
-Los sacerdotes sòmos las personas màs indicadas para guardar secretos.
La respiraciòn de Luz se torna nerviosa.
-Cuando estoy contigo, no me acostumbro a verte como sacerdote. Me cuesta trabajo olvidar que tù eres el hermano de mi mami.
Andrès toma de la mano a Luz y ambos se sientan en el sofa, con una tensa calma mùtua.
-Cuentame tranquilamente què es verdad, y què es mentira; de las habladurìas de todas esas viejas cizañeras -propone cautelosamente Andrès.
-Podrìas escandalizarte, y quedar desde hoy, con una mala impresiòn mìa -reclama Luz mientras trata de desviar su mirada intentando menospreciar el atractìvo que le produce su tìo. Andrès le brinda aùn màs confianza.
-Aunque todavìa soy un hombre joven, y por consiguiente podrìa escandalizarme por cantidad de cosas; estoy dispuesto a escuchar lo peòr de lo peòr, garantizandote que nada, por màs grave que sea, cambiarà el cariño que tengo por mi sobrina.
Luz suspira fuerte como quien descarga un gran peso de consciencia.
-Esta bien tìo; lo que te voy a contar, ni siquiera lo sabe mi madre.
-Y jamàs lo sabrà, porque esta charla serà un secreto entre tù y yo.
-Y te agradezco que asì sea -dice Luz mientras hace una pausa como tratando de ordenar sus pensamientos.
-Yo ya no soy una mujer virgen. Tengo actualmente dieciocho años de edad, y perdì mi virginidad a los catorce, con un teniente español, del que jamàs volvì a saber nada, despues de que yo le entregue mi pureza. Pretendientes nunca me han faltado, y con algunos de ellos tuve aventuras, pero no con todos. Incluso el corregidor de este pueblo, don Pantagruel, me estuvo insistiendo hace un par de años, pero yo lo rechacè tajantemente; y desde entonces ese hombre me odia.
No he sido una santa; pero tampoco soy una pobre diabla. Solamente soy una mujer a la que le tocò madurar antes de tiempo; y aunque soy consciente de que nacì con el dòn de la belleza; a veces quisiera desprenderme de èl, y tener una vida màs desapercibida sin que nadie me estè mirando bien o mal, por el simple hecho de salir a la esquina. Sì!. He tenido algunos hombres en mi vida, unos màs jovenes que otros, unos màs adinerados que otros, unos màs pobres que otros, unos màs caballeros que otros. Pero desde que me tìo, el padre Rosillo llegò como pàrroco de este pueblo; jamàs he tenido con nadie nada-termina de confesar Luz con su cabeza agachada. Andrès con sus dedos le levanta suavemente el mentòn, y observa como el ròstro de Luz de Obando, està con algunas làgrimas escurriendo por sus delicadas y perfectas mejillas que la hacen ver como la màs pùlcra muñeca de carne y hueso, con pòmulos de seda.
-Si todo lo que te acabo de contar, significa que soy puta; entonces te confieso que te tocò una sobrina puta, y nada màs -termina de decir Luz gimiendo mientras que Andrès conmovido la abraza y la recuesta en su pecho, logrando aspirar el olòr a perfume fino emanado del cuello de Luz que llòra en silencio, al mismo tiempo que Andrès delicadamente le seca las làgrimas, y luego le da un par de besos en las mejillas, a su sobrina.
El atractìvo mùtuo continua creciendo. El padre Rosillo ve màs cerca a Luz la mujer, y màs distante a la sobrina. Correspondido, Luz tambien se apega màs a Andrès el hombre, pero se aleja màs del tìo, y toma sìglos de distancia con el sacerdote.

Francisco Rangel el terrateniente grande y poderoso de toda la villa de Simacota y sus alrededores, ha logrado ganarse la amistad del pàrroco, a quien incluso le ha regalado un finìsimo caballo pura sangre para que su reverencia tenga en que movilizarse cuando sus obligaciones clericales le obliguen a desplazarse a las afueras de Simacota, o incluso a los pueblos vecinos. Francisco Rangel siempre ha tenido la fìrme convicciòn de que entre màs limonas dè a la iglesia, y màs obsequios le brinde al cura del pueblo; tendrà màs puertas abiertas para ingresar al reino de los cielos, el dìa que Dios le llame a rendir cuentas. Y es por eso que Francisco Rangel es practicamente quien sostiene la capilla de Simacota, y a su pàrroco el clèrigo Rosillo. Ambos se convierten en formidables amigos; a tal punto que Francisco invita todos los fines de semana, a Andrès y su sobrina, para que pasen las tardes de los sàbados en la hermosa y gigantesca hacienda con sus incontables hectareas de terreno, donde se pueden apreciar majestuosos jardines; cantidades de cabezas de ganado; caballos para todos los gustos; y coloridos frutos variables que sirven de marco a los resplandecientes atardeceres. Y es en esta gran finca, donde Luz de Obando se convierte en una excelente amazona gracias a las jocosas y recreativas clases de equitaciòn que recibe de Francisco Rangel, junto al padre Rosillo. Luz imponente y hermosa mònta con una dòma tal sobre el caballo, que prefiere no montar de lado como lo hacen las mujeres de esta època; sino que mònta de frente; y lo hace con un vestuario que escàndaliza a quienes a la distancia alcanzan a observarla; ya que en el momento de ser una preciosa jineta, Luz de Obando se coloca pantalones britches, y botas altas, que la hacen ver como la màs sublime escultura ecuestre. Andrès y Francisco disfrutan del espectaculo visual tan hermoso que significa verla a ella, adiestrando y montando a caballos de paso, y de las màs variables càstas.
En alguno de aquellos sàbados; Luz, Andrès, y Francisco, como ya se ha vuelto costumbre, cabalgan por los alrededores infinitos de praderas que rodean la hacienda de Francisco; cada uno montado sobre magnifico ejemplar. De pronto de manera còmplice, Luz y Andrès se alejan con cierta ventaja, de Francisco; a tal punto que Francisco los pierde de vista. Y en algùn lugar al aire lìbre, alejados de la hacienda, camuflados los dos en un matorral de pinos y arboles unidos en el màs hermoso valle de verdes que emanan ese olor a naturaleza pura; Luz y Andrès rìen con picardìa cuando imaginan còmo los debe estar buscando por todos los rincones y terrenos de la finca, Francisco Rangel.
Andrès con la expresiòn en su ròstro de hombre enamorado cada vez màs de un imposible posible; observa sonriente, las expresivas facciones de natural seducciòn con las que Luz expresa su felicidad cada vez que estàn en la hacienda del solteròn Francisco Rangel; pero en este sàbado, todo parece fluìr de la manera màs especial y autèntica. Ambos se camuflan, y esconden los caballos, para hacerle la broma a Francisco de que èl no pueda encontrarlos por un buen ràto.
-Padre Rosillo deseo confesarme- dice Luz en una mezcla de seriedad y burla. Y en esa misma actitud, Andrès le responde -Mañana domingo en el confesionario de la iglesia, atenderè confesiones.
-No padre Rosillo; yo deseo confesarme ya, aquì y ahora.
-Mañana, y no se hàble màs del asunto -dice Andrès poniendose un poco nervioso porque no sabe cuales son las reales intenciones de su sobrina Luz, ni tampoco desea averiguarlas.
-O me confiesa ya, padre Rosillo, o me voy en este caballo hasta el pueblo vecino y me confieso con el pàrroco de allà.
-No te pongas cansona Luz.
Luz deseàndo explotar y sin medir las consecuèncias, se acerca asediàndo a Andrès; y dispuesta a no continuar con eso que tiene atragantado y que no la deja vivir tranquila; ella ya no quiere acallar màs.
-Si el amor libre es pecado, entonces en vista de que tù no me quieres confesar, tendrè que ìr hasta el pueblo vecino, y confesarle al cura de ese otro pueblo, que yo me estoy enamorando cada vez màs de un hombre prohibido.
Y ante semejante frase lapidària, Andrès se pone serio, y se da cuenta, de que su sobrina ya no està bromeando. Luz en su actitud retadora, le da una ultima oportunidad.
-Padre Rosillo, yo me confieso.
Andrès suspirando resignado asume su actitud de confesor.
-Està bien; escucho tus pecados.
-Confieso que estoy enamorada de un hombre prohibido.
-Te enamoraste de un hombre casado.
-Sì padre...Estoy enamorada de un hombre supuestamente casado; si es que a eso se le puede llamar verdadero matrimonio.
-¿Podrìas ser màs especìfica?.
-Me enamoro cada vez màs de un hombre que està casado con la iglesia catòlica, apostòlica, romana...Y que es pàrroco de Simacota.
Andrès Rosillo ha quedado atònito, sumergido en el màs profundo silencio; el clèrigo de mil faenas amorosas, esta vez està asustado, infernalmente intimidado; respira temeroso, aturdìdo, sin saber que hacer. En su espìritu, su mente, su cuerpo, su alma; en todo su ser, los sentimientos màs encontrados, heterogèneos, y disìmiles, parecen atacarlo con la màs pujante fuerza, y de la manera màs inmisericorde. Comienza a sudar frìo; y da la sensaciòn de que las palabras no le quisieran salir de la boca; mientras vuelve en sì mismo tomando consciencia de que esta, no es una conquista màs, ni tampoco otra aventura para engrosar su lista de romances que en el pasado èl tomaba tan ligeramente. Andrès Rosillo tambien està cada vez màs enamorado de tan indomable mujer; desde que llegò como pàrroco a Simacota, èl supo que Luz de Obando se convertirìa en su unico, eterno, y màs sagrado amor. Ambos como si fueran dos adolescèntes enamorados se toman asustados de las manos, y los dos con los ojos aguados se abrazan sin pronunciar palabra, y resignados a su suerte, de lo que la sociedad les puede condenar si son descubiertos, pero que aùn asì estàn dispuestos a tomar el riesgo. Luz besando muy tiernamente el cuello de Andrès, le acarìcia el pecho; y el clèrigo inerme como si se le hubiera borrado completamente de la memoria y el alma, el còmo entregarse a una mujer; impàvido acepta su destino. De pronto incorporandose de todo ese remolino de sentimientos, dice en voz muy baja, como si le faltara la respiraciòn...-Tù eres mi sobrina- y Luz de Obando en una mezcla de voz temblorosa, romàntica, y con caracter, sentencia.
-Pero solamente hasta hoy fuì tu sobrina, porque a partir de ahora, serè tu màs grande y sublime amor.
Y con la màs desgarrada e infrenable pasiòn Luz de Obando besa a Andrès Rosillo desesperadamente, y ambos unen sus làbios, con sus lènguas en la màs celestial danza de fuego, conjugado con el delirio de los sentimientos màs desfogados; y como si el tiempo se detuviera, ambos se desnudan mutuamente sin dejarse de besar y acariciar; y hundiendose en los matorrales de pino, Luz y Andrès despojados de toda ropa, y con el unico abrigo del calor de sus cuerpos unidos por la màs fina estìrpe, ambos se entregan infinitamente; hacen el amor con los jadèos màs desesperantes; todo el universo conspirado por la màs divina voluntad suprema, para que se produzca el incesto sàcro, no por aberraciòn ni por inmoralidad, sino por el amor màs puro, ese amor bendiciòn de Dios, aunque mojigatos, puritanos, y demònios de doble moral nunca lo quieran entender.
Sobre el cuerpo acostado boca arriba del canònigo y adulterino, cabalga el cuerpo perfecto de Luz de Obando erguido como divinidad ancestral; su busto empinado como la màs hermosa diosa unica para ser adorada y venerada; sus pezones chupados delicadamente por Andrès; y las caderas de tan hermosa amazona, redondas como la luna llena, y su derriere tan suave como el màs fino terciopelo. Sus destellantes ojos marrones inspiran el màs fàlico deseo de amar y ser amada, produciendo en su clèrigo, orgasmos de aleluyas y glòrias; cùpulas catedrales de lìbido mientras las largas, bien cuidadas, y finas uñas de Luz, lacèran el cuerpo de Andrès que ha penetrado a la que a partir de hoy serà su verdadera y unica dueña; amada hermosa que hace sentir a su sacerdote, llegar al cielo infinito entregandose por siempre a la deidad de su fèmina. Glòria a Dios, y glòria a su màs escultural nirvana de constelaciònes, esfinge de divinidad Luz de Obando.

Horas despues, cuando la noche ya cubre con su manto a toda la comarca y sus alrededores; Luz y Andrès regresan a la hacienda de Francisco que ya estaba preparando una expediciòn de busqueda, con los trabajadores de la finca, creyendo que algo malo le habìa pasado a tìo y sobrina. Ambos agradecen a Francisco la preocupaciòn, y la tarde tan inolvidable que han pasado, con el pretexto tonto de que se habìan perdido.
Luz y Andrès regresan al pueblo con el hermoso recuerdo para siempre, de que el gran amor de ambos comenzò a consumarse en los extensas praderas alejadas, perdidas, y llenas de arbustos de la hacienda màs descomunal y maravillosa de toda la comarca.

A la semana siguiente Luz se abraza con su madre Martina que nostalgica se despide de su hija, ya que de comùn acuerdo, y en esa testarudez maternal de Martina de querer ocultarle a su hija Luz, la extraña enfermedad en la que los pulmones de Martina parecen carcomerse el resto de su cuerpo; Andrès, y Martina han tomado la decisiòn, de que Luz se vaya a vivir a la casa cural para dedicarse en forma a todos los "quehaceres domesticos" de aquèl lugar, y en cierta forma a oficializar el cargo de Luz como mano derecha de la iglesia de Simacota, y asistente personal del padre Rosillo.
Martina està triste, ya que por primera vez su hija se va a independizar, coincidencialmente en la misma fecha exacta en que Andrès cumple su primer año como pàrroco de Simacota. Màs sin embargo Luz consuela a su madre recordandole que tan sòlo estarà a unos cuantos pasos de allì; pues la iglesia queda apenas a un par de calles de la residencia de Martina.
Todo el pueblo enterado de que Luz se va a vivir con su tìo, genera opiniones divididas. Algunos habitantes ven el hecho como lo màs normal del mundo; al fin y al cabo, de todos es sabido que Luz siempre le ha colaborado al padre Rosillo en el transcurrir de la iglesia de Simacota.
"Que mejor que la presencia de su sobrina para alejar al puritano e inocente padre Rosillo de las tentaciones de algunas jovencitas, y solteronas de la villa, que se la pasan fabricando oscuros pensamientos que atentan contra la castidad del virginal canònigo"...Piensan algunas y algunos, mientras se persignan para dar gracias a Dios por tan sàbia decisiòn. Pero al mismo tiempo otros feligreses, apegados a lo màs conservador critican y reprueban dicha circunstancia.
"Por màs parientes que sean, cura es cura, y siempre debe vivir solitario; y mucho menos debe llevarse a vivir a la casa cural a semejante tentaciòn tan bellamente carnal". Y obviamente no pueden faltar los juicios de las solteronas màs amargadas, y los envidiosos màs resentidos.
"Se colò el diablo con faldòn a la casa cural"..."Que Dios se apìade del Padre Rosillo; quièn fuera pàrroco de Simacota!"..."Bien lo dice la biblia: Las prostitutas os precederàn en el reino de los cielos...Aunque seas cura!".



EL CANÒNIGO Y ADULTERINO DON ANDRÈS
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